Lastres / Ribadesella,

Patricia MARTÍNEZ

Pocas noticias alegrarían tanto a los vecinos de la comarca como la instalación en el territorio de una industria próspera, una que creara tantos puestos de trabajo como lo hicieron las conserveras durante buena parte del siglo pasado. Más de quinientas personas llegaron a trabajar en los períodos de mayor actividad en las fábricas de Lastres y Ribadesella, cuyo origen se remonta a la Edad Media.

El historiador riosellano Juan José Pérez Valle explica que, debido a la «poca consistencia y escasa entidad» de estas industrias, «la mayor parte apenas ha dejado rastro de su existencia». Entre las que sí lo dejaron en Ribadesella destaca la primera, la que el comerciante Benito Suárez construyó en El Arenal e inauguró durante las fiestas de Santa Marina de 1900; una factoría que cerró sus puertas para siempre en 1958.

En 1902 se construyó la segunda fábrica en El Arenal, que se mantuvo abierta hasta 1927. La más importante para Pérez Valle, por los años que se mantuvo abierta, por la regularidad y cantidad de su producción, por los medios empleados y el número de personas que trabajaba en ella fue la fábrica de Albo, «con capacidad para dar empleo de forma permanente a 150 mujeres y varias temporeras en tiempo de costera», detalla el historiador. En 1940 se construyó la primera factoría y en 1943 se inauguró la moderna al lado de la antigua, que cerró definitivamente en 1969.

Antes que Albo, en 1924, inició la actividad conservera en Ribadesella Baldassare Scola, en una fábrica ya construida en El Cobayu, y en 1929 levantó casa y fábrica en El Portiellu. La factoría cerró en 1967 por «el mayor coste de la mano de obra, la nueva legislación sobre empresas molestas, insalubres, nocivas y peligrosas y, sobre todo, por la falta de materia prima», explica Pérez Valle. Otras fábricas relevantes fueron la de Sergio González Fernández y la de Segundo González, ambas en la calle Marqueses de Argüelles, y la de Felipe Fernández, en la calle Manuel Caso de la Villa.

Las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta también tuvieron actividad conservera en Lastres, recuerda Eutimio Busta. «Conocí ocho fábricas conserveras. Cuando era la época de la costera y a pesar de que las infraestructuras no eran las mejores, entraban embarcaciones de todo el Cantábrico», explica. Estaba la fábrica de Mardomingo, en la cuesta del muelle; la de Elías Gallego, La Lastrina; la de los Hermanos Forascepi y la de Juan Llera, esta última de menor tamaño. Bajando el muelle se encontraba la fábrica Enma, donde aún se puede leer el rótulo, y también existían La Argentina y la de Faustino El Gallego.

En estas últimas instalaciones se asentó, en 2004, Conservas Eutimio, una empresa familiar surgida «por la tradición conservera de Lastres de toda la vida», explica. Pero la economía ha cambiado mucho y el obrador no produce rendimientos económicos: «El mercado es muy agresivo. El problema es que trabajamos con productos de primera calidad y no podemos competir» con otras conserveras que, sin cuidar tanto la materia prima y la elaboración, pueden ofrecer precios más bajos. Elaboran patés, bonito y anchoa en conserva y varios platos precocinados.

«No es una industria fácil», apunta Rafa Busta, uno de los hijos de Eutimio, para quien el obrador tiene «un punto romántico. No da beneficios, pero mantenemos dos puestos de trabajo fijos todo el año y pensamos que en un futuro va a ser rentable». Él incluso se ha hecho mariscador para coger hueva de oricio y así incrementar su gama de productos.

Antes que Conservas Eutimio, en 1998 se instaló en el muelle de Lastres el obrador de Conservas Telva cuyo gerente, Roberto Canal, explica que se esmeran «en ir a productos exclusivamente del Cantábrico y delicatessen». En virtud de los orígenes y la tradición conservera de la villa, Canal y su socio, Fernando Antonio Menéndez Braña, ex patrón mayor de Lastres, vieron «que había posibilidades de hacer productos artesanales». En temporada emplean a cuatro o cinco mujeres y hacen, además de anchoa, bonito confitado y escabeche de caballa. «Tener pescado fresco y elaboración muy artesanal es la manera de que nos salga un producto exquisito y de diferenciarnos».

En la caída de la anterior etapa conservera, la de mediados del siglo XX, influyeron varios factores. «No tuvieron sucesión, los hijos no siguieron con ello», señala Eutimio Busta antes de añadir que, a su juicio, las fábricas «dejaron de ser rentables y competitivas». La siguiente generación, Rafa Busta, también cree que influyó que «el mercado exterior empezaba a entrar» y recuerda la crisis que vivió el sector en la década de los setenta, cuando las factorías asturianas se asociaron y las mujeres lastrinas tenían que ir en autobús a trabajar a Gijón.

Aunque difícil, la forma de competir hoy en día es ofrecer un producto artesanal y de la mejor calidad. Tanto Conservas Telva como Conserva Eutimio» quitan las espinas una a una manualmente, producen sólo en temporada y pocas latas al día, mientras que otros fabricantes hacen cinco o seis veces más con pescado de fuera del Cantábrico y con métodos que le restan calidad.