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Cangas de Onís pueblo a pueblo

Los jóvenes toman el mando en Cebia

El ganadero Javier Concha y el quesero Carlos Concha, de 27 y 28 años, ocupan las dos únicas casas habitadas de la localidad

José Ramón Concha, Javier Concha, María del Pilar Alonso, Susana Concha, "Lasie" y Carlos Concha. C. CORTE

De las cinco casas que aún quedan en pie en Cebia, pueblo situado a 13 kilómetros de Cangas de Onís, sólo dos están habitadas pero los seis residentes son muy optimistas acerca del futuro de la localidad. El motivo: en cada hogar reside un joven emprendedor y con gran apego al pueblo. En el primero vive Javier Concha, de 27 años, con su madre María del Pilar Alonso, su padre Benito Concha y su tío Gabriel Concha. A sus 27 años acaba de ponerse al frente de la explotación ganadera de 30 vacas de carne cruzadas heredada de su tío y cultiva un fructífero huerto. Cerca, en el barrio de La Casina, está su primo Carlos Concha, de 28 años, que regenta una quesería de gamonéu del valle a medias con su hermana Susana. Los hermanos, cansados de tener que bajar a Carmones a vender la leche porque el lechero no subía a Cebia, decidieron hace trece años transformarla ellos mismos y ahora llega en forma de queso a lugares tan lejanos como Venezuela, Méjico o Nueva Zelanda.

Ya no son los niños que buscaban la pelleya de oveya de buey pintu cargada de oro que las leyendas sitúan en el picu de la peña Amanil, pero siguen teniendo el mismo amor infantil por el terruño. Entre las claves que explica el apego están, además de la tranquilidad, las vistas de las que goza la localidad, desde donde se ven los Picos de Europa, Táranu, Gamonéu de Cangas o Corao Castiellu. En verano incluso ejercen como guías ya que muchos turistas llegan preguntando por el Mirador del Reino, que los mapas sitúan en Cebia. aunque no hay una zona acotada para tal fin. La hazaña de los visitantes no es poca: el único acceso rodado a la localidad es por un camino de 2,5 kilómetros desde Labra en el que cruzarse con otros vehículos es misión imposible. Por eso los residentes demandan un ensanche o al menos que rocen los frondosos matos de las cunetas.

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