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Pedro Benjamín PumaradaCRISTINA CORTE

Paisanos que son un ejemplo en Piloña

El artesano Pedro Benjamín Pumarada y la agricultora María Dolores Fernández reciben un premio por su trayectoria ligada al campo

"Emocionados, porque siempre presta que reconozcan tu labor". Así se encuentran el artesano Pedro Benjamín Pumarada Pérez y la agricultora María Dolores Fernández Peláez, nombrados "Paisanos del año 2016" con motivo de las ferias de Santa Teresa en Infiesto. Los dos reconocen que el galardón, que reconoce su contribución al desarrollo del campo piloñés, supone un aliciente para seguir superándose.

Pedro Benjamín Pumarada nació en Melarde en 1929 y desde pequeño echo una mano en casa para sacar adelante el huerto y los animales aunque siempre supo que lo suyo era la construcción por eso al volver de Valladolid de la mili en 1953 se dedicó al oficio. "El puente de Sotu y el de la Cueva los hice yo", presume este vecino de Cúa. Allí se instaló a raíz de su matrimonio con María del Carmen Palacios y después de pasar más de una década construyendo chalets en Gijón. Pumarada entró como operario del Ayuntamiento de Piloña por cuatro meses y acabó trabajando allí hasta su jubilación. El retiro lo aprovechó para cumplir su sueño de aprender a trabajar la madera por su cuenta. "De crío quise aprender, daban clases de carpintería en Villamayor a dos pesetas pero yo no podía permitírmelo", cuenta. Su primera figura fue un serrador y a partir de entonces no dejaron de sucederse diseños costumbristas de todos los tamaños.

"No necesito fotos ni modelos, lo tengo todo en la cabeza porque lo viví", explica el artesano que acumula más de 70 maquetas móviles en casa: desde unas lavanderas hasta madreñeros, leñadores o segadores hechos principalmente en madera de nogal y castaño y propulsados con motores de parabrisas de coches adaptados. Su piezas desfilaron por el Festival de la Avellana de Infiesto o el Bollu de La Peruyal de Arriondas hasta que un coleccionista resolvió crear un museo costumbrista a su nombre en Cenera (Mieres) del que está muy orgulloso. "A mí lo que de verdad me gustaría es que tuvieran un espacio en Piloña. Las vendería arregladas y a un precio razonable para que el Ayuntamiento las colocara en un sitio guapo como encima de la Sindical de Infiesto", asevera.

El "paisano del año" reconoce que vivir de la madera es difícil pero no imposible y pone el valor los cursos de formación profesional ofrecidos por El Prial en Infiesto, "donde viene gente de todos lados a aprender".

Por su parte, la "paisana del año" puede presumir de ser una de las primeras avellaneras en participar en el festival que Infiesto dedica a este fruto y que el primer fin de semana de octubre celebró su XLV edición. María Dolores Fernández Peláez nació en Piñuecu en 1935, siendo la hija única de Avelino Fernández y Carmen Peláez, que desde niña le inculcaron el amor por el campo. "En cuanto pude caminar ayudaba a la hierba, a sembrar patates y a lo que hiciera falta", señala la mujer que durante años vendió sus productos de la huerta en el mercado semanal de Infiesto al que primero bajaba en bici con portabultos y más tarde en autobús. Fernández, que llegó a tener 150 avellanos en los montes de Caperea y La Marea reconoce que la avellana se vende a buen precio pero "da mucho trabajo apañarla".

Recuerda con cariño aquellos primeros festivales de la avellana en los que no había mesas, el fruto se vendía en sacos en el suelo y si llovía había que atecharse bajo la Sindical por falta de carpa. "Hasta que se hizo el festival lo normal era vender a mayoristas como Cardín o La Perela de Santander que venían con camiones a recogerlo y acababa el fruto en Inglaterra. El primer año del certamen nadie se animaba a bajar, había incertidumbre y los que bajamos vendimos a 22 pesetas el kilo. La gente vio que era un éxito y al año siguiente ya se animaron unos cuantos más, esperemos que no se pierda", concluye.

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