La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Puentón

Ha pasado un siglo y seguimos igual

Las movilizaciones de los ganaderos por los daños del lobo recuerdan a las de la fundación del parque nacional en 1918

“¿Qué se precisa para hacer de Peña Santa de Enol y Peña Santa de Castilla, de las dos Peñas Santas con sus estribaciones de las Peñas de la Reconquista, el primer Parque Nacional de España?”. Era una pregunta que formulaba a los indecisos labradores y ganaderos de Cangas de Onís, en los primeros meses del año 1918, Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa, nombrado por el gobierno de aquella época comisario general de Parques Nacionales, en un librillo que había escrito en defensa de la creación del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga.

Pidal exponía algunos puntos, candentes en aquel momento, para tratar de ganarse adeptos del mundo rural. Así, indicaba que “cuando los animales, llamados dañinos, produzcan daños, la administración del Parque procederá, según lo legislado en otros sitios, a indemnizar o destruirlos”. Del mismo modo, en su defensa de sacar adelante ese espacio natural protegido, sugería “decidirse a no cortar allí los árboles y a no cazar los animales; decidirse a cortar y a cazar en otra parte”.

Asimismo, el marqués de Villaviciosa, en aquella insistencia en favor de aprobar una ley de declaración del Parque Nacional, matizaba que “lo único que sobrará en las cabañas será el hacha y la escopeta”. Para tener escopeta se necesita obtener licencia de armas, y en cuanto al hacha es de suponer que, no pudiendo cortar leña, la Administración facilitará a cada pastor una cocina económica y el correspondiente carbón para condimentar los alimentos”.

Corría el 5 de febrero de 1918 cuando comenzó la tramitación burocrática, en tiempos de José González Sánchez como alcalde de Cangas, y se dio lectura al reglamento del parque nacional que se pretendía establecer en los pastos del concejo. “Los concejales señores Tejuca y Sarmiento combaten el establecimiento del expresado parque por creer que con ello pudieron perjudicar los intereses ganaderos del concejo, una de sus principales riquezas, y además porque juzgaban que de este modo interpretaban el sentir mayoritario de la clase labradora de este término municipal” (periódico “El Popular”).

La marejada sobre la puesta en marcha del parque nacional encrespó a labradores y ganaderos, especialmente a partir del 9 de abril de 1918, cuando en otra sesión del Pleno del Ayuntamiento se adoptó por unanimidad de los concejales que asistieron –hubo notables ausencias- “aprobar el reglamento del parque nacional de las montañas de Covadonga sin que por ello renuncie el municipio en caso alguno a cuantos derechos les conceden las disposiciones vigentes”. Esa aprobación causó un enorme malestar entre gran parte de los vecinos, desencadenando movilizaciones. Se barajaban 12.000 hectáreas de terreno, solo en el concejo, que pasarían a convertirse en espacio protegido.

Poco después, se reunieron en Corao representantes de 34 pueblos y decidieron convocar una manifestación pública contra el establecimiento del Parque Nacional en terrenos de Cangas. Se celebró el 4 de mayo de 1918. El lema era muy claro: “Labradores, si establecen el parque nacional sin la protesta unánime de los vecinos del concejo, y particularmente de los que labramos la tierra, nos haríamos acreedores a todos los perjuicios que nos pudiesen sobrevenir, sin que mañana pudiéramos exhalar una queja”, decían en aquella época los impulsores de las protestas vecinales, quien sentenciaban: “Vivan los pastos libres y combatamos a sus usurpadores”.

Un siglo después, la problemática de los cánidos y depredadores sigue estando a la orden del día, ahora en el parque nacional de los Picos de Europa, denominación tras la ampliación del antaño parque nacional de la Montaña de Covadonga. Algo más de cien años transcurridos y el malestar de los ganaderos de la vertiente asturiana del espacio protegido sigue ahí, con los ánimos encrespados –igual que les pasó a sus predecesores- por los continuos y constantes daños de los lobos a las cabañas ganaderas. Lo que parecía una profecía en 1918 sigue siendo una palpable realidad en este atípico 2020. Y sin visos de solución.

Como no podía ser de otra manera, los tiempos han cambiado una barbaridad, pero la situación de los hombres y mujeres del medio rural se mantiene en desescalada y sin freno. Infinidad de daños, cuantiosas pérdidas y dilación hasta extremos insoportables de las indemnizaciones a abonar por parte de la administración. El lema de cualquier protesta reciente es muy elocuente, como si la situación retrocediese 102 años. No todo son subvenciones, hace falta mucha voluntad política. Y quienes están al frente del parque nacional bien que lo saben. ¿Hasta cuándo podrán aguantar ese ninguneo las gentes que viven del campo y la ganadería? La paciencia siempre tiene unos límites.

Compartir el artículo

stats