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Higinio del Río

Intrusos en la cueva de Taleru

Hechos y personajes en la intrahistoria del Paseo de San Pedro de Llanes

Momentáneamente, el 24 de noviembre de 1808, apenas quedaban unas decenas de vecinos en la villa llanisca. Se mascaba un ambiente de guerra. Casi todos se habían ausentado a toda prisa, en cuanto se extendió el aviso de que un destacamento francés estaba a punto de llegar.

En la puerta de la Galea (a la altura de la actual oficina de Correos) aguardaba a los invasores una representación del Ayuntamiento, encabezada por el juez Cristóbal Gutiérrez, que ofrecería a la oficialidad una comida en el Cercado. Lo que aconteció desde esa jornada hasta mediados de junio de 1812, lo recogió en un diario el presbítero y beneficiado de la parroquia de Santa María, Lorenzo Simón González, en los renglones de una literatura clandestina, íntima y concisa, de la que serían después universales paradigmas Anne Frank y Victor Klemperer.

El cura no tenía mala pluma. Le gustaba escribir con precisión (uno de sus textos, desaparecido en la Guerra Civil de 1936, fue un apunte histórico sobre la iglesia parroquial de Llanes). Vivía en la calle Mercaderes y fue administrador de la ermita del Cristo del Camino más de 40 años.

En aquella fecha de noviembre, los franceses permanecieron en la villa sólo cuatro horas (marcharon a Colombres y regresaron a Llanes dos días después). Aunque Simón no dejó constancia de ello, cabe suponer, por pura lógica militar, que una de las primeras cosas que hicieron fue asomarse al alargado altozano de San Pedro, desde el que se divisa, en una doble vertiente, la villa amurallada y las montañas, en la cara meridional, y al norte la inmensidad del Cantábrico.

Damos por hecho que husmearon por la cueva del Taleru y subieron a la atalaya desde la que los vigías del Gremio de Mareantes de San Nicolás llevaban siglos vigilando el paso de las ballenas y la recurrente amenaza de los navíos piratas. De algún modo, aquellos soldados, que tanto daño harían en toda España, entraron así a formar parte de la historia del maravilloso enclave costero.

El Paseo de San Pedro aún no existía como tal, pero era ya un paraje bastante visitado. En el punto en el que culminaba un sendero que arrancaba del Sablón, se había instalado en 1720 un artístico banco de piedra, tipo canapé, en el que descansaban los paseantes mientras contemplaban el caserío y la torre de la iglesia parroquial (eso mismo haría Jovellanos cuando visitó Llanes en 1790). Por las tardes, solía formarse allí una animada tertulia alrededor de Lorenzo Simón, según cuenta Ángel Pola en “La pequeña historia”. Treinta y cuatro años después de la invasión napoleónica, fue un sobrino político del beneficiado, Francisco Posada Porrero, alcalde de Llanes de 1846 a 1848, quien promovería la ingente obra de allanar aquel espacio para convertirlo en el Paseo de San Pedro. Un monolito con lápida lo recuerda:

Amor Patriae

Pulchérrima virtus.

Transmita el mármol a la generación venidera la gratitud

que merecen los beneméritos hijos de Llanes

que invitados por su ilustre Ayuntamiento y alcalde presidente D. Francisco Posada Porrero

han contribuido a la construcción de este paseo.

Año de 1847.

Fue el mismo año del fallecimiento de Lorenzo Simón.

http://higiniodelriollanes. blogspot.com.es

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