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Higinio del Río

Veraneos de una familia mexicana

La conexión con Llanes del autor de literatura fantástica Francisco Tario

Al igual que su hermano Antonio (un pintor de fama internacional que fallecería en 1994), Francisco Peláez Vega (México, 1911-Madrid, 1977) estaba instalado en la élite cultural mexicana. Entre sus amigos y vecinos en la ciudad de México se contaban Octavio Paz y Elena Garro. Desde 1943, era un notable escritor de literatura fantástica, aunque un tanto inclasificable, que firmaba sus novelas como Francisco Tario, tras cambiar sus apellidos por un vocablo de origen purépecha. Su padre, José Peláez Sampedro, natural de la localidad llanisca de Vibaño, había emigrado poco antes de la revolución zapatista y fundado allí, en la calle Mesones del D. F., el negocio de abarrotes Casa Peláez, especializado en productos españoles.

Siempre elegante en el vestir y buen deportista, Tario había sido guardameta de dos equipos mexicanos de fútbol (el Club Asturias y el España). En cada partido se ponía una gorra al estilo británico y un suéter distinto. Tocaba el piano con finura y le apasionaban el cine y los toros. Llegó a entablar una cordial relación, de mutua admiración, con Manolete, con el que jugaba al frontón cuando el diestro cordobés toreaba en México.

Con su esposa, Carmen Farell Cubillas (una mujer bellísima, fallecida en 1967), formaba una pareja muy distinguida, con un toque un poco a la ‘nouvelle vague’. Tenían dos hijos: Sergio y Julio Francisco, nacidos en 1943 y 1945, respectivamente, y en los años cincuenta residieron los cuatro en Acapulco, donde el escritor regentaba dos salas cinematográficas: “Río” y “Rojo”. Era la época de apogeo de las estrellas de Hollywood y de los boleros del trío “Los Panchos”, transcurrida mientras Francisco Tario tecleaba en su Remington cuentos de fantasmas y extravagancias narrativas basadas en lo insólito y en la vertiginosa dimensión de la nocturnidad. Uno de esos relatos, titulado “La noche de Margaret Rose”, fue considerado por Gabriel García Márquez como uno de los mejores del siglo XX.

La familia se dedicaría a viajar por toda Europa y acabaría estableciéndose en Madrid, en 1960: primero, en el Hotel Emperatriz, y luego en un piso en la calle Lagasca. Llevaban a flor de piel un cosmopolitismo culto y una discreta forma de ir por el mundo, pero los Peláez nunca dejaron de sentirse llaniscos. Llanes, donde poseían una casa, era su lugar favorito de veraneo. Se bañaban en el Sablón, hacían la compra en la tienda de comestibles “La Pilarica” y los vástagos del matrimonio actuaban en las veladas teatrales que organizaba el bando de San Roque en el Cinemar. El pequeño, que regresó a México, es un importante pintor. Su nombre artístico es Julio Farell, expone en sitios de prestigio, como el Polyforum Cultural Siqueiros, y en 1968 ya había ilustrado la portada de un libro de cuentos de su padre (“Una violeta de más”). Participó en la primera edición de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid, ARCO, en 1982, de la mano de la galería madrileña Novart. En España poseen obra suya el Museo de Arte Contemporáneo del Alto Aragón (Huesca), el Museo Casa Natal de Jovellanos de Gijón, el Museo Municipal San Telmo de San Sebastián y el Museo de Bellas Artes de Granada, entre otros centros artísticos. Su hermano, Sergio, falleció.

Pocos se acuerdan hoy en Llanes de aquella familia de artistas, pero la casa que les perteneció permanece en la villa, en el cruce de las calles Colegio de la Encarnación y José Enrique Rozas Guijarro, anclada con palmera indiana y vistosa galería al Este, como un testimonio nostálgico inmune al paso del tiempo.

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