La incidencia más notable del concierto giró en torno a la sustitución, en el último momento, del director titular Christoph Eschenbach por Josep Pons. Un asunto familiar grave motivó al parecer el desplazamiento de Eschenbach a EE UU, pero la cancelación del vuelo desde Orlando hizo imposible la presencia del director a tiempo en Oviedo. Quedaban por tanto dos opciones, cancelar el concierto con la orquesta ya en Oviedo, o buscar un director suplente. Después de no pocos contactos, nos consta, y con el beneplácito de la orquesta francesa, Josep Pons pudo hacerse cargo del programa, tras un intenso ensayo la misma mañana del concierto. Las comunicaciones aéreas permiten hoy en día la posibilidad de transportarnos de una parte a otra del planeta en poco tiempo, aunque no se puede garantizar que esto pueda llevarse a cabo con total seguridad, como así ha sucedido. Ha sido una lástima que Eschenbach no pudiera llegar a tiempo para cumplir con el compromiso artístico al frente de su orquesta. Esto, obviamente, restó interés a la hora de escuchar una orquesta en gira con un programa y un director que ofrecen, a priori, algo más que una lectura brillante de un determinado programa. No es lo mismo. Pero es de agradecer, como así lo ha hecho la organización del concierto, las facilidades de Pons para hacerse cargo del mismo que, con total garantía, llevó adelante. La cosa funcionó, y muy bien podemos decir. La profesionalidad de Pons quedó patente en este envite, aunque siempre quede la duda de saber cómo hubiera sido el resultado con el titular al frente y con una primera parte programada sin modificaciones.

Dvorak fue el protagonista íntegro de la velada. La «Octava» sinfonía, en la primera parte -suerte que la propia orquesta la tuviera en repertorio y que contara con los materiales necesarios-, y la «Novena», en la segunda. Lo dicho, Pons se hizo con la orquesta con aparente facilidad, sin quebrar la continuidad de la interpretación en ningún momento. Su claridad gestual, anticipando con claridad meridiana cada cambio de tempo o cada subdivisión, así como unos recursos expresivos siempre tendentes a remarcar la plasticidad del fraseo, posibilitaron la escucha de las sinfonías con transparencia y plenitud sonora, tan sólo desprovista, en principio, de una complicidad más orgánica que, damos por supuesto, existiría bajo la batuta de Eschenbach. Especialmente ejemplar en este sentido resultó el último movimiento de la «Octava», en la que Pons llevó de la mano al conjunto francés con autoridad aplastante y convicción. El comienzo de este Allegro ma non troppo con el unísono de las trompetas a dos fue la muestra evidente de la calidad de no pocas habilidades de la sección de viento, pletórico en su intervención estuvo, también, el flauta primero en ambas sinfonías. El conjunto sonoro -la orquesta francesa lució una sonoridad sin sombra de aspereza, con una cuerda de una uniformidad sobresaliente- tuvo, no obstante, dos pequeños -o uno, según se mire-, factores en contra. El balance del estéreo orquestal, muy especialmente en la cuerda, quedó claramente inclinado hacia el agudo, con una primacía casi siempre redundante hacia los violines. Las violas tuvieron una tibia presencia en toda la actuación, desfavorecidas, también, por su posición, y los violonchelos -daba gusto observar la energía que imprimía al arco el violonchelo principal- no encontraron su sitio en este necesario equilibrio graves agudos, a lo que tampoco contribuyó la siempre delicada sonoridad de los contrabajos. Este desequilibrio influyó, no poco, también en la comprensión de la rica textura orquestal propia de las dos sinfonías de Dvorak. La indiscutible calidad sonora del conjunto francés, de indudable belleza en cada una de sus secciones, creemos que adoleció globalmente del desequilibrio debido a la falta de consistencia en los graves, en no pocas ocasiones, y de una pérdida de nitidez en las voces intermedias, desprovistas sutilmente del fundamental equilibrio que soportan en el conjunto del sinfonismo «dvoraktiano», que personalmente adoramos especialmente antes de llegar a la novena sinfonía «Del Nuevo Mundo». Más allá de sutiles apreciaciones de matiz, el brillante despliegue sinfónico propuesto por la Orquesta de París tuvo dosis de calidad en cantidad, sobre todo teniendo en cuenta el papel nada fácil de Pons, con un componente también marcadamente psicológico ante el anuncio de la sustitución del director titular.

Con músicos de una orquesta como la de París y con un director de la categoría de Pons no se teme por la monolítica interpretación de dos obras de repertorio como estas sinfonías de Dvorak, y la grandeza del concierto ha sido ver la ejemplar adaptación entre orquesta y director con apenas tres horas de ensayo, aunque siempre quedan la duda de saber cómo hubiera sido ese intangible plus sobre la calidad que hubiera podido ofrecer Eschenbach al frente de su orquesta.

«La festividad eucarística celebrada ayer en el Seminario bien puede considerarse como excepcional ocasión en la historia de la Iglesia asturiana», escribe un anónimo redactor que informa del acto. «Veintidós nuevos sacerdotes, que días antes habían sido ordenados por el señor arzobispo, se reunieron en el Seminario para celebrar simultáneamente su primera misa. La capilla, la gran iglesia del Seminario, donde en el centro y en sentido perpendicular al altar mayor se habían dispuesto las mesas con las veintidós aras, era un ascua de luz y multicolor. Allí estaban, acompañando a los neófitos, los sacerdotes que este año cumplen sus bodas de oro sacerdotales y de plata, y todos los arciprestes de la provincia, junto a los seminaristas con sus blancos roquetes. Al mismo tiempo que los nuevos sacerdotes, también celebraba su misa en el altar mayor el vicario general, don Samuel Fernández Miranda, y se escuchaban los sones de la Schola del Seminario. Amigos y familiares desfilaron luego en un largo besamanos repleto de emoción».

Si para medio mundo es el famoso Elvis Presley, para el ejército de los Estados Unidos, en el que desde ayer figura como un soldado más, es tan sólo el número 533350761, tal como informa un despacho de la agencia «Efe», en el que se narran las primeras horas militares del ídolo del rock and roll. Una narración no demasiado explícita, ya que según parece los mandos militares han levantado lo que los periodistas califican ya como «el telón caqui». De todas formas, se sabe que le ha sido permitido finalizar las grabaciones que tenía programadas, «con objeto de no perjudicarle económicamente».

Así es como se siente el periodista ovetense «Cándido», jefe del gabinete de prensa del ente, tal como se revela en «Personalísimo». «Carlos Luis está hasta el gorro de la casa en la que ha caído, y en el tiempo que en ella lleva le han quedado el cuerpo y el alma hechos unos auténticos zorros». No es que nadie se haya inventado esto, sino que es él mismo quien se lo ha contado a su colega Chivite, que lo repite en «Ya».

El empresario de este mini-cine, a punto estuvo de sufrir las iras de los espectadores que asistían ayer a la proyección de la película «Gandhi», en la que la luz faltó cerca de tres cuartos de hora. No se lo merecía, tal como informa un anónimo redactor. La responsable era Hidroeléctrica del Cantábrico, que no dijo ni mu después del desaguisado. Pero el susto no se lo quita nadie a don Enrique López, el reconocido cinéfilo.