La Administración encarga un HUCA y el arquitecto lo dibuja y pormenoriza sus calidades. Supervisado por los funcionarios competentes (clave y vital), sale a concurso para su ejecución por una empresa que valora cada unidad de obra y, tras las mediciones consiguientes sobre planos, cierra presupuesto y plazo para la entrega de llaves y quirófanos. Si la constructora observa que el proyecto es incompleto o que debe mejorarse, no dirá ni mu, será su coartada ante futuros retrasos y posibles ganancias, y son los funcionarios quienes, enfangados hasta la boca de sus katiuskas, se percatan en plena marcha de los trabajos. «¡Hágase!», ordenan lo que no está escrito. Y como cualquier alteración del contrato incide en el precio y la fecha pactada, todos hacen la vista gorda y dejan los conflictos para mañana. Y mañana es hoy, llega cuando no hay panchón.