Robert Dean-Smith se atrevió a meterse en la piel de Tristán, uno de los personajes más complejos y exigentes de toda la historia de la lírica, «gracias a Wolfgang Wagner». El nieto del compositor de «Tristán e Isolda» dirigía entonces el Festival de Bayreuth, creado por el propio Richard Wagner (1813-1883) para representar sus óperas como «obras de arte total». Tras ver a Dean-Smith en «Los maestros cantores de Nuremberg», Wolfgang Wagner le preguntó si estaría interesado en interpretar al héroe dramático. «Nunca me lo habría planteado de no ser por él», reconoce el tenor. «Me dio tres años para estudiarlo, para sumergirme en el personaje, y fue entonces cuando vi que era posible». Más de una década después de su debut en Bayreuth, Dean-Smith, estadounidense afincado en Lugano (Suiza), cantó anoche en el Campoamor su función número 46 como Tristán. La segunda de las cuatro programadas por la Ópera de Oviedo para cerrar la actual temporada lírica, patrocinada por LA NUEVA ESPAÑA.

-A pesar de sus dudas iniciales, Tristán se ha convertido en uno de los pilares de su carrera.

-Y espero que siga siendo así. Es un personaje tan rico, de tanta profundidad, que cada vez que lo interpreto me parece distinto. Quizá porque es un rol que te acompaña a lo largo de la vida, que crece contigo.

-Barenboim afirma que «Tristán e Isolda» es una ópera que hay que «pensar con el corazón y sentir con la cabeza».

-Las óperas de Wagner son tan largas, hay tanta música en ellas y tantas formas de afrontarla que las posibilidades son tremendas. Y todas son igualmente legítimas. Sólo cambia lo que quieres decir como artista, un mensaje que exige reflexión y en el que es muy importante la técnica. Me concentro mucho en ella, en mis herramientas para transmitir emoción. En el fondo eso es hacer música.

-¿Qué domina en su relación con la música de Wagner, el placer o el sufrimiento?

-El placer, por supuesto. Sobre todo en «Tristán». Disfruto cantando el personaje, no gritándolo. Esta diferencia puede parecer absurda, pero en ciertos teatros lograrlo es especialmente difícil. Cantar me produce placer, y yo trato de hacer sentir ese placer al público. Empatizar con ellos. Que sientan lo mismo que siente el personaje, sea Tristán, Lohengrin, Parsifal o Tanhäusser. Lo que yo sienta no importa.

-¿Qué opina de la reacción del público asturiano ante esta obra?

-Fue muy bonito ver que, al final del tercer acto y después de cinco horas, la gente seguía ahí (ríe). Cualquier «Tristán» es siempre una experiencia excitante, de un altísimo nivel de exigencia. Más allá de cuántas veces se haya cantado, esta obra siempre es un gran reto, a nivel musical, emocional y técnico. También para quien la escucha. Una sola vez no suele ser suficiente para apreciarla.

-¿Dónde reside la importancia de esta obra en la historia de la cultura?

-«Tristán e Isolda» marca el principio de la música moderna. Muestra la obsesión de Wagner por encontrar una forma de expresar sus sentimientos más allá de las palabras o de la misma música.

-¿Qué opina de las interpretaciones que suelen verse sobre esta obra?

-Muchas veces los directores tratan de encontrar una excusa para convertir esta ópera en algo espectacular a nivel teatral, y personalmente no creo que sea necesario. Hay muchos momentos en los que no pasa nada, como la media hora del dúo de amor del segundo acto. Los personajes sólo hablan, cantan. Así es como Wagner quiso que fuera, así que lo único que se necesita es una buena iluminación, sin inventos ridículos alrededor. Por desgracia, en muchos casos, ocurre lo contrario.

-¿Qué le parece la visión de Alfred Kirchner que le ha tocado en suerte?

-Si le soy sincero, no he prestado demasiada atención a lo que sucede a mi alrededor durante la ópera. Es un asunto de equipo, así que parte de mi trabajo consiste en confiar en las decisiones que toma el resto de artistas implicados en una ópera tan complicada como ésta. Lo que no sé es por qué no podemos actuar nosotros mismos, sin actores que lo hagan en nuestro lugar. Pero bueno, en todas las producciones hay cosas discutibles, es normal. Supongo que, desde el público, la percepción global es positiva.

-¿Cómo afronta el día a día de su trabajo?

-La ópera es un espectáculo vivo, y en consecuencia cada día es distinto, pero trato de que mis personajes tengan siempre el mismo núcleo. Es la misma energía, y son las mismas notas. Que su esencia sea siempre la misma, más allá de los vaivenes de cada función.

-Mostrar su propio Tristán.

-Bueno. Más bien el Tristán que, desde mi punto de vista, Wagner tenía en mente. Obviamente tengo que hacerlo a través de mi voz y de mi cuerpo, pero trato de no salirme de ese, digamos, «núcleo». Se trata de ser fiel al personaje, más allá de las ideas de directores musicales o de escena concretos.

-Pero cantar Wagner en Oviedo o en Bayreuth no puede ser lo mismo.

-No, no es lo mismo. Wagner es lo único que hacen en Bayreuth, así que lo conocen muy bien. Hay una emoción especial.

-Este verano vuelve al festival wagneriano con «Tristán e Isolda». ¿Cómo ha cambiado Bayreuth desde su primera actuación allí?

-Wolfgang Wagner, que estuvo al frente del festival más de 50 años, tenía solución para todos los problemas, porque cualquier cosa que pasase ya había ocurrido al menos otras diez veces antes. Las nuevas responsables, Katharina Wagner y Eva Wagner-Pasquier, deben encontrar aún sus propias soluciones a esos problemas y a otros nuevos que puedan surgir. Y, en consecuencia, también nuevos puntos de vista y nuevas ideas.

-¿Wagner mantiene en Alemania el peso que históricamente ha tenido?

-En parte se está desdibujando. Quizá debido a producciones absurdas, típicas del nuevo teatro germano y muy alejadas de la esencia de su música.

-Waltraud Meier, (una de las más conocidas intérpretes wagnerianas) describe «Tristán e Isolda» como «un orgasmo intelectual». ¿Está de acuerdo con esa descripción?

-Si Waltraud lo dice, debe ser cierto (ríe), pero yo creo que es incluso más que un orgasmo intelectual, se acerca bastante a uno físico. Y seguro que ella estaría de acuerdo. Claro que Wagner es un intelectual, pero para mí es sobre todo emoción. Por eso me hice músico.

«Cantar me produce placer, y yo trato de hacer sentir ese placer al público, empatizar con ellos: que sientan lo mismo que siente el personaje, sea Tristán, Lohengrin, Parsifal o Tanhäusser; lo que yo sienta no importa»