E. VÉLEZ

«Todo el que entra en la zona de las reliquias sale retratado». Un vigilante de la Catedral no quita ojo de los monitores instalados en el Museo de la Iglesia, ubicado en el piso superior del claustro del templo, para analizar al detalle cada uno de los movimientos de los turistas que visitan la Cámara Santa o se paran, durante un tiempo superior a lo normal, en algún punto de las capillas y retablos que pueblan los pasillos catedralicios.

El robo del Códice Calixtino en Santiago de Compostela ha puesto en tela de juicio la seguridad de las catedrales españolas. En Oviedo están sobre aviso. «Cuando llegué aquí, poco antes del expolio de la Cámara Santa, me parecía muy normal que apenas hubiera medidas de vigilancia, porque era impensable que alguien robara nada, pero ahora las cosas han cambiado», explica el deán de la Catedral, Benito Gallego.

Desde aquel 10 de agosto de 1977 en que Domínguez Saavedra desvalijó la Cámara Santa para robar y destrozar la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Ágatas, el nuevo sistema de seguridad de la Catedral se puso en marcha en todo el templo.

Un grupo de visitantes contempla ensimismado los tesoros de la Cámara Santa tras una recia verja, «qué pena, apetece pasar y mirarlo todo más de cerca», dice uno de los turistas. El deán Gallego no puede evitar comentar la escena: «Es curioso, porque no van descaminados. Hace treinta años la gente podía entrar y deambular entre las reliquias». Tras la recuperación de los tesoros, se instaló una reja protectora, que sustituía a la anterior, «mucho más liviana», y que guardó las piezas sagradas hasta 1993, año en que tuvo lugar, en la propia Catedral, la exposición de arte y cultura asturianos «Orígenes». Las características técnicas de la muestra obligaron a retirar la verja durante los tres meses de la exposición, pero «al final nos instalaron la actual, que es muy robusta y se acciona con tres llaves diferentes». A la capilla de San Miguel, donde se encuentra la Cámara Santa, se accede a través de una puerta blindada, y varias cámaras y alarmas de seguridad permanecen activas.

Para el deán catedralicio, no sólo es importante proteger los objetos valiosos de manos ajenas, sino que «hay una serie de hurtos diarios que hemos logrado impedir». Las mantelerías que cubren los altares y los cepillos fueron objetivo de los cacos durante largo tiempo. «Hace tres años decidimos blindar las cajas de limosnas y ofrendas y, desde entonces, no hemos vuelto a tener ese tipo de problemas», explica Gallego. Todas las figuras están atornilladas a su base y los sacristanes hacen ronda por los pasillos. Entre las pérdidas de la Catedral, el deán destaca «la imagen de San Roque del retablo de la Virgen de la Luz, que tuvo que sustituirse por una réplica del artista Jesús Puras, o una escultura de Santa Apolonia, que estaba situada en el retablo de San Antonio». Las alarmas, conectadas con la Policía Nacional, ya les han dado algún susto a los sacerdotes: «Cada año nos dan un falso aviso y venimos corriendo para nada», afirma Gallego.

Además de los principales tesoros de la Cámara Santa, la Cruz de la Victoria, la Cruz de los Ángeles, el cofre de las Ágatas, el arca santa y el santo sudario, la Catedral alberga otras reliquias de gran valor.

El Museo de la Iglesia, ubicado dentro del templo, consta de casi trescientas piezas catalogadas y expuestas en ocho salas a lo largo de un vestíbulo. Según el canónigo archivero, Agustín Hevia, «lo más destacado de esta galería son, sin duda, tres dípticos. Uno bizantino del siglo VII, otro románico del siglo XII y, por último, un díptico gótico del siglo XIV. Estos elementos se utilizaban en las misas para hacer la petición por los difuntos y tienen un gran valor histórico. Cada una de ellas está protegida con un método de seguridad especial».

Hevia es también el responsable del archivo de la Catedral, «un resumen de la vida del templo desde el año 803 hasta nuestros días». Situado en la planta baja del claustro y de acceso restringido, esta pequeña sala guarda una copia del Libro de los Testamentos, datado en el siglo XII, y otro facsímil del Testamento de Alfonso II, escrito en el siglo IX. «Los originales de ambos manuscritos están guardados en un lugar que no podemos desvelar, pero a buen recaudo», explica Hevia. Sin embargo, los interesados en consultar los auténticos ejemplares pueden tramitar una petición que se les concederá «tras un estudio pormenorizado de sus intenciones investigadoras». Sobre el valor económico de ambos ejemplares, para el deán catedralicio, «es muy difícil decir si el Libro de Testamentos es más importante que el Códice Calixtino de Santiago. No nos corresponde a nosotros hacer una apreciación o tasación, eso es algo más indicado para las casas de seguros».

Junto a las copias, el archivo guarda un ejemplar auténtico del Libro Becerro de la Catedral o Códice de don Gutierre de Toledo, una valiosa obra del siglo XIV que, según Hevia, «recoge la primera relación de parroquias de Asturias».

Fuera del templo, en la Corrada del Obispo, se encuentra el cuarto de los centros que recogen literatura y reliquias relacionadas con la Catedral y la Iglesia asturiana: el Archivo Histórico Diocesano, del que es director Agustín Hevia. Dotado, al igual que las anteriores salas, con medidas de seguridad, posee, entre un amplio muestrario, dos libros cantorales del siglo XV, una bula del Papa Pío V y un contrato de Obona del siglo XI.

Para el deán Gallego, «es muy difícil que vuelva a haber un robo, pero ningún sistema es infalible».