Elena FERNÁNDEZ-PELLO

Oviedo ofreció ayer una multitudinaria y cálida despedida a Fernando Rubio, el párroco de San Juan el Real durante los últimos 51 años, que falleció el pasado miércoles. La iglesia parroquial dejó las puertas abiertas y se llenó de feligreses y amigos, algunos acomodados improvisadamente por los pasillos. Muchos siguieron la ceremonia desde el exterior, a través de una pantalla instalada en la plaza que lleva el nombre del párroco. El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, presidió las exequias y, en su homilía, destacó el «talante jovial» y la «gran humanidad» del sacerdote leonés, «buen hombre y cura bueno».

La misa comenzó a la una y cuarto. El féretro con los restos mortales de Fernando Rubio fue trasladado desde la capilla ardiente, instalada el día anterior en el edificio parroquial de la calle Fray Ceferino. En la iglesia no había más flores que unas sencillas margaritas blancas en la verja del altar y unas rosas, también blancas, para la Virgen de Covadonga. Él había pedido expresamente que no se le enviaran coronas ni ramos y que se dedicara ese dinero a obras para las personas necesitadas.

Más de sesenta sacerdotes se situaron en el altar, el coadjutor de San Juan el Real desde hace 42 años y estrecho colaborador de Fernando Rubio, Álvaro Iglesias, asistió en la celebración, y los tres primeros bancos, entre los fieles, fueron ocupados por algo más de una veintena de curas.

El féretro de Don Fernando, como familiarmente se referían a él sus feligreses, fue depositado ante el altar y sobre él su coadjutor dejó sus vestiduras sacerdotales y su libro de liturgias. El Evangelio que se leyó en la misa fue el de San Juan, el que habla del grano de trigo que ha de caer en tierra fértil y morir para dar fruto. Sobre ello reflexionó el Arzobispo en su sermón. «Esta parroquia fue su surco», dijo refiriéndose al sacerdote fallecido, «donde el Señor no dejó de sembrar con él la semilla del bien».

Sanz Montes contó que Rubio y su padre habían nacido en el mismo año y que en ocasiones bromeaba con él sobre eso, dándole un trato filial. El párroco de San Juan, le reconoció, ejerció el sacerdocio de manera «amable, abierta y exquisitamente fiel a la Iglesia y a su conciencia». «Paseó su ministerio sacerdotal con garbo», dijo. «Varias generaciones se beneficiaron del don de su vida», añadió, y fue «ejemplar en la acogida» de personas y diversidad de «realidades sociales e incluso políticas».

Pedro Rubio, agustino y uno de los hermanos que han sobrevivido al párroco de San Juan, junto a Gregorio y Pepa, tomó la palabra desde el altar al final de la celebración y, tras los agradecimientos a cuantos les han acompañado en estos días, reveló a los asistentes un dato poco conocido. «Fernando era hijo de la orden de San Agustín y lo era por sus muchas obras de caridad, especialmente en las misiones», contó. Pedro Rubio pasó veinte años en Tanzania y hasta allí llegó la caridad de Don Fernando.

Entre las muchas personas que acudieron al funeral estaba el delegado del Gobierno en Asturias, Gabino de Lorenzo; el consejero de Sanidad del Principado, José María Navia-Osorio; el fiscal y el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Asturias, Gerardo Herrero e Ignacio Vidau; Nicanor López Brugos, impulsor de la Fundación Padre Vinjoy, y un sinfín de personalidades, entre ellas numerosos concejales.

Hoy, las cenizas de Fernando Rubio será depositadas en el columbario de la capilla de San José, en la iglesia parroquial.