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Una experiencia profunda que determina la existencia de las personas

Asturianos con una segunda vida

Seis trasplantados de la región relatan su experiencia: "Aprendemos a mirar más por esta nueva existencia"

De izquierda a derecha, Gregorio Machado Menéndez, Carmen García Coto, Rogelio García Suárez, Jesús Otero Hernández y Ana María García Menéndez, el pasado viernes, en Oviedo. NACHO OREJAS

-Cuando me levanto me acuerdo todos los días de que, si me levanto, es porque alguien dijo un día que sí.

Sirva esta aseveración como pórtico de una explicación resumida sobre una experiencia de riqueza casi inabarcable. La experiencia de un grupo de ciudadanos con los que te cruzas por la calle sin percibir en ellos singularidad alguna. Sin embargo, escarbas un poco en su vida y descubres actitudes, sentimientos y hechos que sólo ellos pueden explicar y comprender en toda su dimensión.

LA NUEVA ESPAÑA ha reunido a media docena de asturianos que se han sometido a un trasplante de uno o más órganos. En algo coinciden todos: esa intervención quirúrgica marca un antes y un después, y da paso a una existencia en la que la gratitud al donante y a su familia surgen con toda naturalidad, casi como una necesidad. Muchos de ellos celebran dos cumpleaños: el de su llegada a este mundo y el de la intervención quirúrgica que les ha devuelto una vida que se les escapaba a chorros. Todos ellos vienen a coincidir en que "esta 'segunda vida' no es mejor ni peor que la primera, sino distinta". "La cuidas más, la valoras más, miras mucho más por ella porque sabes que la vida es frágil", apostillan.

A continuación, tienen la palabra Jesús Otero, médico y coordinador autonómico de trasplantes y, a su vez, trasplantado de pulmón; Rogelio García, trasplantado de riñón y presidente en Asturias de la Asociación para la Lucha Contra las Enfermedades Renales (Alcer); Carmen García, trasplantada de corazón; Gregorio Machado, trasplantado de hígado y riñón; José Arturo Braña, trasplantado de páncreas y riñón; y Ana María García, trasplantada de hígado e integrante de la junta directiva de la Asociación de Trasplantados Hepáticos de Asturias.

Jesús Otero, médico intensivista del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) y coordinador autonómico de trasplantes. Vive en Oviedo, tiene 67 años y fue trasplantado de pulmón hace cuatro. "Sí, es otra vida diferente, realmente nueva. Han pasado cuatro años desde el trasplante; sin él, llevaría muerto tres años y pico. Me tomo la vida de otra manera. Un ejemplo tonto: me ha dado por escuchar sólo música clásica. Por las mañanas, cuando me levanto, me acuerdo todos los días de que, si me levanto, es porque alguien dijo un día que sí. No lloro por eso, sino todo lo contrario. Me encuentro bien, trabajo en lo que me gusta y, como suelo decir en broma, encima me pagan por lo que hago. Tenemos que hacer un esfuerzo intelectual para darnos cuenta de lo que ha hecho la sanidad por nosotros, de lo que hemos hecho todos por todos".

Gregorio Machado Menéndez. Vive en Lugones (Siero), tiene 65 años y hace 13 fue trasplantado de hígado y riñón. "Tenía una hepatitis C de nacimiento. Me la diagnosticaron a los 30 años. Me trasplantaron a los 52. ¡Imagínate qué 22 años, con una vida que ves que se va apagando! Nadie puede ponerse en tu piel, por mucho que te digan: 'Te entiendo perfectamente'. Hay momentos muy duros, durísimos, y al día siguiente del trasplante, cuando te despiertas, dices: '¿Todo lo que pasó ayer fue verdad? Debo de estar en una nube, o algo así'. Cogí una bacteria en el quirófano y estuvieron nueve meses metiéndome antibiótico por una vía central, tres veces al día. Me vieron tan estresado que decidieron que no podían tenerme hospitalizado. Sólo iba al hospital a ponerme las dosis y por las noches a dormir. Como un tercer grado. No sufrí la incertidumbre de la lista de espera, porque en los últimos días estuve más tiempo en el hospital que en casa. Estaba en el hospital 15 días o un mes, y me mandaban a casa para recuperarme. En vez de recuperarme en el hospital, me recuperaba en casa. Psicológicamente, se entiende. Cada cuatro días tenía una encefalopatía, me quedaba en coma, y en una de esas encefalopatías me dijeron que había un donante. Mi mujer siempre quiere que coma más, y yo tiro para abajo. Es preferible comer menos y más a menudo".

Rogelio García Suárez. Vive en Langreo, tiene 65 años y lleva 18 años trasplantado de riñón. Preside en Asturias la Asociación para la Lucha Contra las Enfermedades Renales (Alcer). "Fui un enfermo renal durante 30 años. Aquí estamos hablando de lo muy bueno, que es el trasplante, pero para llegar al trasplante necesitas un proceso. Hace falta que te hagan unas pruebas que determinen que puedes ser candidato al trasplante. A partir de ahí, a esperar, y cuando suena el teléfono sientes una alegría enorme. Después, todo favorable: una segunda vida que modifica toda tu personalidad. Es indiscutible. Imagino que los años también ayudan a ese cambio. Siempre tienes un recuerdo fabuloso del donante y de su familia. Mi órgano vino de Bilbao. En una ocasión, cuando había problemas entre el País Vasco y España, yo estaba veraneando en Llanes y escuché palabras muy gruesas sobre la generalidad de los vascos. Me dio un disgusto terrible. No podemos generalizar. Si yo tengo un órgano de una persona del País Vasco, no podía soportar lo que estaba oyendo. Del momento en que me desperté después del trasplante sólo me acuerdo de dos cosas: que quería levantarme al baño, y así fue, con ayuda, y que a la media hora quería comer. Y comí. Hasta hoy. Uno de los problemas que tenemos como asociación son los enfermos renales mayores que no tienen un soporte familiar sólido. Nunca hemos tenido tanto trabajo como ahora en este campo".

Ana María García Menéndez. Vive en Avilés, tiene 55 años y hace 10 recibió un hígado nuevo. Forma parte de la junta directiva de la Asociación de Trasplantados Hepáticos de Asturias. "Hay un antes y un después. De hecho, cuando me refiero a algunas fechas, siempre tengo en mente si ocurrió 'antes de' o 'después de'. Es otra vida. Valoro el levantarme todos los días por la mañana, y hacerlo con la energía con la que me levanto. Antes del trasplante estaba en decadencia total, con muchos altibajos. Al día siguiente del trasplante ya estaba con una energía y con unas ganas de hacer algo... Fue un cambio inmediato. Tenía ganas gritar, de contar todo esto, de involucrarme. A los seis meses estaba con Honorino Argüelles (presidente de la Asociación de Trasplantados Hepáticos ) por los colegios para concienciar a esta generación. Habían hecho mucho por mí y yo quería hacer algo por los demás. Todo te parece poco. Valoras todo mucho más. Recuerdo el día que me dieron el alta: aquella cena con todos alrededor de la mesa... ni el mejor festín. Me supo todo a gloria. Desde entonces, todo ha ido a mejor. Salvo un pequeño contratiempo que me solucionaron con medicación. Es increíble, la verdad. Antes del trasplante sufres sensaciones contradictorias. Necesitas un órgano, pero no quieres que se muera nadie. Pero una vez que sucede, que esa gente dice sí, y que gracias a ese sí tú estás aquí... El primer pensamiento del día es para eso, luego ya te organizas la vida. La familia y los amigos son fundamentales".

Carmen García Coto. Vive en Oviedo, tiene 57 años y fue trasplantada de corazón hace dos. "Mi historia es muy distinta. Yo no recuerdo nada de todo esto. Mi recuerdo comienza después de despertar. Lo mío empezó con una gripe de nariz. A partir de ahí, todo lo que puedo decir es porque me lo contaron después. Un día me encuentra mi hijo en la cama a las diez de la mañana, algo muy raro en mí. Le digo que me lleve a urgencias, que estoy muy mal. No sé cómo me encontraría, porque no soy de quejarme. Mi hijo no lo veía. Parece ser que insistí. Me atendió una médico muy joven, me extrañó el ojo clínico que tuvo. En cuanto me vio caminar me dijo que aquello no era gripe. A los diez minutos dijeron a mis hijos que tenían que ingresarme en la uvi. Resultó que era una miocarditis fulminante, que tiene una tasa de mortalidad muy alta porque el que la sufre no se da cuenta. Tuvimos muchísima suerte. En esta segunda vida nos acordamos del donante por la mañana y por la noche. Además, soy creyente, y ahora creo mucho más. Viví experiencias fuera de lo común que me han convencido aún más de que hay algo por encima de nosotros, algo que nos va llevando, queramos o no. Quedé viuda muy jovencina, con dos hijos. Estoy acostumbrada a luchar. Me desperté 40 días después del trasplante. Vi a toda la gente e intenté hablar, pero no podía porque estaba llena de aparatos. Vi que hablaba, pero que mi voz no salía. Intenté incorporarme como queriendo irme a casa y que me dejaran en paz, pero mi cuerpo no respondía. Ahí ya me di cuenta de la situación. Estuve en la uvi 10 ó 15 días más".

José Arturo Braña García. Nacido en Tuilla, vive en Gijón. Tiene 52 años y hace 2 fue trasplantado de páncreas y riñón. "Me diagnosticaron una diabetes a los 26 años y empecé un tratamiento con insulina. Pasaron cuatro años y cada vez iba a peor: llegué a perder hasta 20 kilos. Me quedé en los huesos. No me dejaban comer prácticamente nada. Opté por ir a un endocrino y me cambiaron el tratamiento; me ofrecieron ponerme una bomba de insulina. Me dijeron que iba a vivir mejor, a comer prácticamente de todo y a recuperarme. Con la bomba estuve cuatro años prácticamente como si no tuviera diabetes. Hasta que el organismo se acostumbró y me pusieron insulina rápida. En un momento dado, me ofrecieron en el HUCA un doble trasplante, de páncreas y de riñón. Pregunté: '¿Pero eso se hace?' Me dijeron que sí, que llevaban tres pacientes y que estaban normales. Entonces acepté. El de páncreas me obligaba a ir a Santander, al Hospital de Valdecilla. Me llamaron y me ofrecieron un trasplante de páncreas y riñón. Pasó el tiempo, y me dijeron que no me desanimara, que llegaría. Por fin llegó. Cuando desperté estaba en la cama, sin dolores, lleno de máquinas. A los dos días ya me levantaba. Desde entonces casi no noto nada. ¿Limitaciones? Hago de todo. Eso sí, no bebo, no fumo, no hago esfuerzos como los de antes... Me trasplanté a los 50 años, me faltaba un mes. Para mí hay una vida nueva, en todo. Antes no podía estar solo. Ahora puedo hacer vida prácticamente normal, como de todo, tengo autonomía...".

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