"Aquello era un drama. Cuando entramos al piso por el patio de luces nos encontramos a un bebé desnudo y frío sobre una cama, y en el salón a dos niñas sucias y desaliñadas. Iban descalzas y vestidas únicamente con una camiseta de manga corta: una con una lata de cerveza en la mano y la otra sentada en un sofá de orejas golpeándose la cabeza para atrás continuamente, no paraba... Estaban a su bola y no se inmutaron cuando llegamos. La mayor tenía edad para hablar, pero no lo hizo. Se entendían entre ellas con sonidos, como gruñidos. Era todo muy raro, juro que en la vida había visto nada igual". El relato ofrecido por los agentes de la Policía Nacional que rescataron en diciembre de 2014 a tres hermanas (de veinte días, dos y tres años de edad entonces) en un piso de Pumarín estremeció ayer a los asistentes a la primera sesión del juicio contra su madre, María Josefa G. F., de 43 años, que se enfrenta a tres años de prisión por abandono de menores.

La mujer, presente en la sala, escuchó sin inmutarse a los agentes comparar la vivienda "con el rastro de los jabalíes, como un pasillo para pasar entre pilas de basura" y asegurar que olía a orines y excrementos. Todos coincidieron en señalar que en toda su vida profesional jamás se habían encontrado "con una situación de dejadez y abandono de menores tan terrible".

Sin embargo, para María Josefa, la noche de la intervención policial generada tras alertar los vecinos al 091 de que escuchaban el llanto incesante de un bebé, fue solo un episodio puntual. Ayer no tardó ni cinco minutos en despachar su versión de los hechos: "Salí puntualmente de mi vivienda a las diez de la noche. Se había producido un incendio en casa el día anterior y no funcionaban los electrodomésticos. A las nueve le di el biberón a la pequeña y dejé a las otras en el salón jugando. No la dejé solo con el pañal como dicen, sino tapada con dos mantas. Fui a la farmacia, una que abre veinticuatro horas, a comprar comida porque no podía calentar nada. La pequeña estaba durmiendo y las otras despiertas y vestidas, pero una es muy traviesa y tiene la tendencia de quitarse la ropa y desvestir a su hermana también. No pensaba tardar mucho y tardé dos horas..."

Siguiendo con la versión de la acusada, cuando llegó al portal de su vivienda se encontró con la Policía y se asustó. "Veo a un policía en la puerta, como escuchando. Pensé que los vecinos habían llamado porque las niñas estaban llorando. Salí y esperé a ver si se iban, pero no se fueron. Llegaron más policías y ambulancias". Oculta desde un rincón, María Josefa asegura que vio cómo los servicios de emergencia se llevaban a sus hijas. "Vi salir a las niñas, una estaba llorando la otra no. Estaban bien y pensé 'esto era ya lo que me faltaba', después de todo lo que había pasado", aseguró en referencia al fallecimiento unas semanas antes de su pareja, por enfermedad. "Mi situación familiar era estresante, él falleció seis días antes de que naciera la niña. Así que me quedé bloqueada", afirmó.

Abandonó el lugar, volvió otra vez, pero había una patrulla policial y decidió marcharse definitivamente. "Estuve sola unos cuantos días y no sabía qué hacer, por todo lo que se estaba publicando en la prensa, que me ponían de drogadicta y alcohólica. Qué iba a pensar de mí mi familia... Pero al final decidí afrontar lo que fuera y me entregué. Llamé a la Policía dos veces", relató.

Sin embargo, el policía que coordinó el dispositivo para su detención y otro agente más aseguraron que no había sido así, que de entregarse nada de nada. Que la habían encontrado por la calle Arzobispo Guisasola, caminando, con la cabeza tapada. Les resultó sospechosa y le pidieron que se identificase. "Sí, soy yo la que estáis buscando", respondió. A preguntas de las acusaciones los agentes respondieron que tenían constancia de que ejercía la prostitución y que había sido detenida en ocho ocasiones anteriores por estafa.

Declaró también ayer en el juicio la madre de María Josefa y abuela de las menores, que está a cargo "desde el día que nació" del hijo mayor de la mujer, de nueve años. Aseguró que solo ve a su hija un par de veces al año porque creía que vivía en Portugal. "No sabía que estaba aquí, siempre pensé que vivía en el extranjero, todo fue una sorpresa para mí". La mujer declaró que el piso de Pumarín es suyo, que no estaba habitable y que lo usaba "de almacén". El testimonio se contradice, en cambio, con el de una vecina que testificó que María Josefa residía allí y que recibía "con bastante frecuencia visitas masculinas".

Por último, por la sala de vistas del Juzgado de lo Penal número 4 desfilaron ayer también asistentes sociales, psicólogos y forenses. Todos se remitieron a sus informes para reiterar que creen que el estado de las niñas se debía a un abandono, no puntual, sino en el tiempo. La mayor de todas, que ahora tiene cuatro años, es la que encontraron peor en sus exploraciones. "Presenta dificultades para comer, es como una anorexia reactiva", señaló un experto. Esta niña también tiene alopecia -la madre declaró que es un problema genético, que ella también tiene un pelo "poco resistente"- es huidiza y rechaza el contacto físico. "Siempre está pendiente de su hermana, con un halo protector como si fuera su madre", manifestó otro experto. Además, coincidieron en destacar que los comportamientos "anormales" podrían deberse a una carencia afectiva. Desde que el Principado ha asumido su tutela, las niñas están mejorando, tanto en su desarrollo psicomotor, como en la anorexia e incluso la alopecia, que está desapareciendo. Sobre las secuelas que pueden arrastrar, la preocupación reside también en la mayor: "La recuperación afectiva es la más difícil. Sus dos hermanas pequeñas lo tendrán más fácil".