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Un paseo por las parroquias ovetenses / Naranco (y 2)

Un alto carbayón en el Camino

Capilla del Carmen en Lampajúa. lne

Aquel cacareado "parque periurbano"del Naranco, aquel que recetaba y demandaba una atención y una planificación específica para un espacio cuyo contenido natural y cultural está sometido a fuertes presiones que comprometen su conservación, que dó en nada. Por suerte, todo aquel plan de construcción de sendas perimetrales, zonas de recreo, miradores, auditorio al aire libre, centro de interpretación, equipamientos hosteleros y demás zarandajas, se fue a dormir el sueño de los justos.

Eso sí, tras invertir una ingente suma de dinero en la compra de terrenos y viviendas en el alto, espacio que con el paso de los años se ha convertido en un foco de basura, además de emplear raudales de hormigón en sendas y pistas totalmente innecesarias.

Pasan los años, las buenas intenciones van a parar a la papelera y el monte Naranco, tan querido por todos los carbayones, tanto que debíamos pedir al Ayuntamiento que lo nombrase hijo predilecto y adoptivo de la ciudad, sigue sufriendo la brutal agresión de canteras, torres de alta tensión, antenas, eucaliptos y basura.

En 1884, fecha de edición del primer tomo de La Regenta y a propósito del Naranco, escribía el cronista de Vitoria, Ricardo Becerro de Bengóa: "Este monte es uno de los accidentes naturales más curiosos del valle en el que se asienta la capital de Asturias, y constituye para esta una verdadera maravilla, porque le produce los beneficios siguientes: defiende a la ciudad de los fuertes vientos norte y noroeste; le envía un regular caudal de aguas; sirve en su arroyo de lavadero público para mucha parte del vecindario (?) y sirve de base a una constante peregrinación artística para los curiosos que acuden a visitar los templos de Santa María de Naranco y de San Miguel de Lillo".

Ya de antiguo, a los pocos millones de años de enterrar a Naurancio -una nimiedad- las xanas tomaron posesión del Naranco, aunque ya sabemos que una xana sin fuente en la que peinar su cabellera de oro la mañanita de San Juan, es como un puente sin agua (verbigracia, el de Olloniego). ¿Qué hicieron las ninfas para solucionarlo? Lo primero inventar sugerentes nombres, lo segundo crear las fuentes de Boo, Fitoria, Naranco, Ules, El Sapu, Pastores, La Bernalda, Pando, Cuatro Caños (en esta se cansaron antes de tiempo y solo pusieron tres), Pasera, Río Viña, Pevidal, María Suárez, El Saltador?, y extenderlas por toda la Cuesta. Justo en ese momento se inició tan fraternal relación entre agua y ciudad.

Alfonso II fue el primero en dotar de aguas a nuestra ciudad a través de un acueducto que conducía las aguas de La Granda del Anillo, en San Esteban de las Cruces, hasta su palacio. El aumento de población obligó, en 1537, a dictar la ordenanza para traer el agua de los manantiales de Boo, Ules, Fitoria y Naranco por medio de un acueducto de 41 pilastras y cerca de 400 metros que conocemos como de "Los Pilares", esplendorosa obra que se finalizó en 1600. Como bien poco dura la alegría en casa del pobre, sobremanera cuando se trata de destruir, doña Piqueta, la bárbara, se encargó de derribarlo entre 1915 y 1918, eso sí, dejando cinco arcos como testimonio de su existencia.

Con el Rey Casto y su peregrinación al Campo de las Estrellas dio comienzo otro ardiente cortejo entre Oviedo, el monte Naranco y el Camino Primitivo. En Lavapies se aseaban los romeros y en San Lázaro de Paniceres hubo una malatería. Avanzaban por El Carbayón, sugerente topónimo, con la mirada aprisionada entre las sierras Aramo y Naranco, reflejándose la una en la otra, en perpetua pugna por ser la más bella. Por aquí, siguiendo un "Buen Camino", se va a la tumba del Hijo del Trueno.

¡Quién lo diría, estamos en tierra de pan llevar! Claro que si lo observamos con detenimiento-en la cercanía de las aldeas lo delatan las cicatrices que todavía señalan el terreno-, aún pueden adivinarse antiguos cortinales en los que cultivaban escanda y centeno. Por el contrario, en la actualidad, ni siquiera las riestras de maíz ornamentan el corredor del hórreo.

Si tomamos el camino de Lampajúa evitaremos transitar por carretera, visitaremos en dicho lugar la ermita de Covadonga y pasaremos a la vera del arroyo Matarrumión que desciende de La Pasera. Cuenta Pedro Pisa que éste podría ser el arroyo que cruzaba el camino por el pontón de rabo de can, al que se refiere un documento de 1765, que lo cita como límite de la parroquia de San Miguel de Lillo. En Lampajúa abandonamos la ruta de peregrinación y nos vamos hacia Llampaya, la renombrada fuente del Boo (no la confundan con la que abasteció de agua a Oviedo) aliviará nuestro secaño. Vetustos hórreos en Lampaya, cuidadas huertas y muchas macetas con flores. A Ules siempre fuimos mucho los carbayones. Unos a por agua a la conocida fuente de mismo nombre que el pueblo (esta sí suministró a Oviedo el líquido elemento), y los más a merendar una buena tortilla de patata acompañada de unos culinos de sidra.

Ahora, este empinado pueblo, es puerta de entrada al Centro Asturiano y muy cerca, en un pequeño altozano, se encuentra la ermita de San Isidro, de planta rectangular y espadaña de un vano, en cuyo campo, cada 15 de mayo, se celebra la fiesta.

Una buena mata de robles y castaños, de las escasas que resisten en esta ladera sur, es la que hemos de atravesar cuando abandonamos la capilla, al final de ella nos topamos con la erguida pista que asciende a El Contriz.

Un poco más arriba alambres de espino impiden el paso en lo que parecen caminos públicos. Un aburrido mastín nos ladra con desgana cuando alcanzamos el pueblo. Desde él ya damos vista a tierras de Llanera.

Se acuerdan lo que anteriormente dije del Pevidal, pueden comprobar que no he exagerado lo más mínimo. Los edificios tapiados, llenos de pintadas, medio en ruinas.

La maleza y la basura se están apropiando del entorno. Bueno, para prevenir disgustos visuales, no extendamos demasiado la mirada y acerquémonos a esas curiosas construcciones en las que almacenaban la nieve; masa helada a la que, en junio de 1640, el Ayuntamiento acordó para ella el precio de 6 maravedís. A modo de torres medievales, solo que construidas hacia el centro de la tierra, con un diámetro de 6 m y, aunque debido al relleno natural en principio tuvo que ser mucho mayor, una profundidad de alrededor de 7 metros.

En ellos almacenaban la nieve, cada cierta cantidad la comprimían con fuerza y la cubrían con helechos, repetían la operación hasta llegar al nivel superior y la protegían del calor con más helechos y tierra. En el siglo XIX la vendían al hospital y a cafeterías de renombre de Oviedo, a donde bajaban el hielo en carros. Es una pena que estos testigos de un tipo de vida, al igual que los que resisten en el Cantu la Vara, den pena al aproximarse a su entorno; todo ello a pesar del empeño que pone un anónimo ciudadano por mantenerlos en buenas condiciones. Lo cierto es que no con muy buen gusto, pero he de reconocer que bastante hace, tanto aquí como en el resto de la sierra.

Un poco más adelante se escucha el murmullo de la fuente El Pevidal que mana por debajo del camino en un espacio que, cuando éramos ricos fue decorado con inapropiados colores. También quiso ser área de descanso con un pequeño homenaje al manantial y, en la actualidad y mientras no se adecente el antiguo lavadero, es una calamidad ¡Solo mirarlo produce urticaria! Si bien no tanta como la que provoca una pista que pasa justo por debajo de donde nos encontramos, a todas luces contra natura.

A lo lejos, en el Picu'l Paisanu, el más alto del cordal, y con los brazos abiertos, nos reclama la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Escultura diseñada por García Lomas, trabajo en piedra de Gerardo Zaragoza con una altura de 30 metros, la misma que el Cristo de Corcovado en Río de Janeiro.

Fue inaugurada en 1981 y en el frente luce una monumental Cruz de la Victoria, realizada en hierro, con una envergadura de 5 metros, obra del gran artista ovetense Rafael Urrusti.

Lo cierto es que se trata de un privilegiado balcón, sin embargo, personalmente, prefiero observar la gran panorámica desde la altura del de La Miliciana.

Desde allí Oviedo desvela sus intimidades, se pone más a la mano y a poco que te esfuerces historia y leyenda se apoderan de ti. Por el alto de San Esteban ves llegar a Máximo, Fromestano y sus siervos; desde la capilla de Santo Toribio, en El Monsacro, vislumbras la procesión que trae el Arca Santa a Oviedo.

Dos alados orfebres, con aire de peregrinos, tras haber entregado a Alfonso la joya por excelencia de la regia sedes, abandonan la ciudad por la puerta de La Noceda.

Es el año del Señor de 1075, a la hora tercia del día tercero de los idus de marzo, adorando el tesoro inimaginable de las santas reliquias, intuimos postrados en la Cámara Santa al rey Alfonso VI, acompañado del Cid Campeador, el obispo Pelayo y un numeroso séquito.

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