El primer carro de combate de fabricación española salió de la fábrica de Trubia hace ahora noventa años. La historia del modelo "Trubia A4" fue azarosa, fallida en muchos aspectos y los cuatro prototipos que llegaron a fabricarse quedaron en el olvido junto al proyecto tras la Guerra Civil. No obstante, un puñado de pioneros en Trubia hicieron lo imposible hace casi un siglo por equiparar la tecnología armamentística nacional con la de sus vecinos, y a pesar de que no lograron una línea de producción estable, sus logros sentaron las bases para otros modelos posteriores como el carro ligero para infantería "Trubia 1936" o el "Trubia-Naval".

Los pioneros del primer "Trubia" fueron, según cuenta Dionisio García en un artículo de 2008 en la revista "Serga", el capitán Carlos Ruiz de Toledo y el maestro de la Fábrica de Artillería de Trubia, Rogelio Areces. Desarrollaron sus investigaciones con la dirección del comandante Víctor Landesa Doménech, sin apoyo institucional pero con la complicidad de la fábrica.

La idea era fabricar algo similar a los carros de combate que se habían visto en Marruecos, como el carro de combate Renault FT-17, en el que se inspiraron. Los carros de combate eran entonces vanguardia, Ruiz de Toledo visitó varios países europeos y el primer prototipo salió de Trubia en 1925. Se parecía mucho al FT-17 pero incorporaba una torreta con dos ametralladoras Hotchkiss de 7 milímetros. Iba equipado con un motor Hispano Suiza 40/50 de cuatro cilindros y tras enviarlo a Madrid, donde causó buena impresión, se expuso en la Feria de Muestras y se desmanteló. El nuevo prototipo, el A-4, solucionó los problemas de descarrilamiento de las orugas con unos bastidores. Se utilizaron ocho chasis del tractor almeán Orion de 1918, con motores Daimler de 75cv. Entre 1926 y 1927 se construyeron los cuatro prototipos. La idea era fabricar 12 unidades, pero el proyecto se fue enfriando. Octubre de 1934, primero, y el alzamiento de 1936, después, obligaron a que se pusieran en funcionamiento de modo precario. Consta su empleo tanto por parte del Frente Popular como por los sublevados, que tenían tres carros en el Regimiento del Milán. Desarmados y destartalados, acabaron sirviendo de refuerzo en barricadas. El único que sobrevivió en el Frente Norte se envió a Sevilla sin que nunca más se volviese a saber de él.