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Un ascenso no apto para cardiacos

El cabildo exige buena forma a los visitantes de la torre de la Catedral para subir sus 204 escalones, equivalentes a un edificio de quince plantas

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Visita a la torre de la Catedral de Oviedo

"Si alguien tiene problemas cardiacos, padece claustrofobia, sufre vértigo, es muy obeso o no lleva zapato cómodo es mejor que renuncie y se quede aquí". El arquitecto Jorge Hevia advirtió ayer de los peligros del ascenso a la torre de la Catedral a las quince personas que se habían apuntado a la primera de las dos visitas del día, a las cuatro y a las cinco de la tarde. La subida forma parte del programa anual de actividades que el cabildo organiza de noviembre a marzo. Según la guía Cristina López, este recorrido es el más demandado y arrastra una lista de espera de un año a otro pese a que no todo el mundo es apto para hacerlo. De hecho, el año pasado una mujer entró en pánico al mirar por el llamado "ojo" de las escaleras de caracol y se quedó paralizada necesitando ayuda para descender.

Un total de 204 escalones conducen a lo alto de la torre del templo rematada por una flecha gótica. "Son 43 metros y medio de altura, el equivalente a un edificio de quince plantas", concluyó Hevia en su discurso de bienvenida. Nadie hizo ademán de volver por donde había entrado. Ya habían recibido un correo electrónico sobre las peculiaridades de la visita. Marisa Álvarez, de 73 años, se dirigió con decisión a la angosta puerta de entrada apoyándose en un bastón de "trekking". "Me da miedo por la altura más que por mi estabilidad. Estoy acostumbrada a este tipo de ascensos. En Birmania subí doscientos y pico escaleras para visitar un templo. Y aquí estoy perfectamente". La mujer desapareció por la escalera de caracol detrás de Hevia, coautor junto a Cosme Cuenca del plan director de la Catedral.

El silencio imperó durante la subida. Alguien lo rompió para lamentarse -"Madre de Dios, qué subida"- resoplar o describir la estrechez de la escalinata por puro desahogo más que por alertar al de atrás. "No se ve nada. A saber a qué altura estaremos". Hubo tres paradas y una cuarta para los osados. El cuerpo de los contrapesos del reloj, el campanario, la planta renacentista de Rodrigo Gil de Hontañón y el arranque de la flecha de la Catedral.

Los quince llegaron sofocados y con algo de polvo en los abrigos a la primera parada. "Han recorrido ustedes el tramo pequeño, les falta el grande. Ánimo", dijo el arquitecto, que hizo las veces de guía. Hevia señaló los contrapesos del reloj barroco de Ramón Durán. Un sistema que ya no se usa porque ha pasado a ser electrónico. Allí también están los moldes de yeso que Luis Menéndez-Pidal realizó para restaurar las piezas dañadas en la Guerra Civil. Los moldes de escayola están ennegrecidos, pero perfectamente etiquetados y ordenados en baldas. Desde gárgolas a parte de los rosetones.

Un poco más sucio y acalorado, el grupo alcanzó la segunda parada para contemplar las siete campanas de la torre de la Catedral. El timbal, la de Posar, el timbal primero, Santa Bárbara, el esquilón, la Wamba y Santa Cruz. La Wamba es la campana más antigua en uso de España y data de 1219. Allí Gil de Hontañón transformó en el siglo XVI el espacio cuadrangular en otro octogonal con ayuda de cuatro pechinas. El final de trayecto permitió a los visitantes recuperar fuerzas y sacar fotos en altura al estar prácticamente en la cima de la Catedral. Algunos subieron unos escalones más y llegaron a un balcón desde el que contemplar todo Oviedo. "Es impresionante. ha merecido la pena", comentó Marisa Álvarez sin soltar su bastón.

La bajada requirió más pericia que el ascenso. Eso sí, nadie miró por el "ojo" de la escalera.

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