"En su vida supo dar amor a los demás, como correspondía a su generosidad y nobleza". Así era Serafín García, el dueño de la sidrería El Ovetense, y así lo definió ayer, en una sola y acertada frase, el párroco de San Tirso el Real, Ángel Rodríguez, durante su funeral.

Cientos de personas llegadas desde distintos puntos de Asturias arroparon a sus hijas, Natalia, Ana y Rosa, muchas de ellas llegadas desde Tineo, donde había nacido el popular y querido hostelero. Su esposa, Ana María Villanueva, está enferma desde hace varios años.

El párroco recordó también durante el funeral otros de los muchos valores que demostró Serafín a lo largo de su vida con su inseparable discreción: "Ayudó a los que lo necesitaban, trató a todos los clientes por igual sin tener en cuenta su condición, y todo esto lo hizo siempre con una sonrisa en la boca y una palabra amable". Y es que Serafín García, además de una gran persona, siempre fue muy discreto.

Entre los llegados desde el Suroccidente asturiano se encontraba el pintor Manolo Linares, que recordó el "afecto mutuo que se profesaban" y también las buenas horas que habían pasado juntos y que "lamentablemente ya no se repetirán". También el hostelero de El Crucero (Tineo) Álvaro Menéndez, de Casa Lula: "Hasta el último momento supo demostrar a todos su gran bondad".

Además, con Serafín García se fue un hosteleros al que le tocó vivir tiempos difíciles para sacar adelante su negocio. Parecía algo imposible cuando Serafín cogió el traspaso del Ovetense en el año 1960 por nada menos que algo más de medio millón de pesetas. "Pero lo consiguió, igual que lo hicieron otros compañeros de esa generación, con mucho trabajo y una dedicación absoluta", recordó Alfredo García Quintana, expresidente de los hosteleros asturianos. Para ellos, las veinticuatro horas del día eran pocas.

Y como el que siembra recoge, Serafín García deja a dos dignas herederas al frente de El Ovetense, Natalia y Ana, que supieron heredar de su progenitor el amor al trabajo y a una profesión muy sacrificada. Y lo hacen siempre con una sonrisa y una palabra amable. Hasta eso lo aprendieron de su padre.

Las dos, igual que su hermana Rosa, esta residente en Madrid, fueron reconfortadas ayer por el mucho cariño que recibieron, primero en el tanatorio y después a la entrada y a la salida del funeral de cuerpo presente de su padre, que posteriormente fue incinerado.