La música española tiene futuro. Más allá del indie, de los grupos jóvenes que llevan veinte años rodando por garitos y festivales hasta fichar por una multinacional aún hay gente que con poco más de esa edad, veinte años, es capaz de montar un "pogo" en la segunda canción de un concierto doble y aún quedan cantantes que al tercer acorde se saltan la línea de monitores. "Carolina Durante" reventó ayer La Salvaje con dos pases, a las nueve y media y a las once y cuarto de la noche. Son un grupo de broma y así funcionan. Ellos lo pasan bien y el público aún más. No se trata de formalismos y de acordes y voces pulcras, lo de ayer era un rollo de gritos, saltos y sudor. Es más. Da igual que sólo tengan grabadas ocho canciones y que, como reconoció el propio cantante, Diego Ibáñez, "tenemos que tocar canciones que no conoce nadie para rellenar". El relleno era otra porción de ese pastel de diversión. No son malos músicos ni tampoco buenos pero han asimilado una época que no vivieron y han decidido que esto se trata de saltar y de divertirse arriba y abajo. La versión de "Autosufiencia" convirtió por unos minutos La Salvaje en el Rock- Ola. Insistencia, el tan manido descaro pero en esta ocasión de verdad y sin artificio, y una forma de entender la música y los directos que poco tiene que ver con la escena actual. Voz, guitarra, bajo y batería y tira millas. Y una guitarra con una cuerda menos, se rompió en la cuarta canción del primer pase pero qué más daba.

Lo de "Carolina Durante" es divertirse y tomarse la noche de un trago. Sus postulados quedaron firmes en la primera canción cuando su "Juanita" les sirvió para presentar "la banda sonora de nuestras vidas", una banda sonora que viaja de "Los Nikis" a "León Benavente" y que recorre lo más esencial del punk-pop patrio. No son "Kortatu" ni falta que les hace, nacieron en una época en la que la mayor preocupación de un adolescente no era una bomba lapa en los bajos del coche de su padre sino la mirada de una chica en el patio del insti. Y ahí volcaron toda su rabia y toda su filosofía que les hace hasta un punto arrogantes dedicándole una canción a Mikel Izal. Son jóvenes, lo saben y lo disfrutan.

Pero su música y su actitud no nace de la complacencia. A Diego Ibáñez le cuesta hablar en público, es un tipo tímido que agacha la cabeza al hablar al micro pero cuando suena el primer acorde de su cuerpo salen movimientos espasmódicos, de esos que combinan el punk y el ska. No fue un concierto salvaje pero sí divertido, y encima por partida doble. Poco más se puede pedir.