El flautista Emmanuel Pahud fue la gran estrella de la velada de ayer, perteneciente al ciclo Los Conciertos del Auditorio. Con enorme expectación se esperaba la actuación del solista de flauta de la Orquesta Filarmónica de Berlín, que consiguió que el público llenara ayer la sala de conciertos.

En la primera parte del programa ofreció, junto a la Orquesta de Cámara de París, la fantasía de Fobbes sobre "La flauta mágica" de Mozart. Desde el comienzo pudo percibirse la complicidad del solista con los integrantes de la orquesta y el director, Douglas Boyd. Es una obra muy compleja para el flautista, especialmente los temas con variaciones, como el aria de Papageno, muy vistuosístico. El aria de Sarastro fue todo lo contrario, con un fraseo muy dirigido, que dio pie a que Pahud mostrara aún más su perfección técnica, tanto en lo que a la respiración se refiere y el vibrato. En esta fantasía destacó la precisión de los ataques tanto de solista como de los músicos de la orquesta, en especial las maderas.

No obstante, el público mostró su entusiasmo al término del "Concierto para flauta y orquesta" de Jacques Ibert, una obra de repertorio para flauta de la que el público se mostró conocedor.

De sonoridad contemporánea, su exigencia en cuestiones de ritmo pusieron a Pahud y a la orquesta a prueba, que pasaron con solvencia. Tras el lirismo del segundo movimiento, el tercero fue el más jazzístico y con numerosas cadencias para el solista, todas de enorme complejidad. Quedó demostrado la facilidad de Pahud para hacer frente a estos pasajes virtuosísticos. Al término, el Auditorio se venía abajo ovacionándole por su brillante interpretación.

Durante el descanso, Emmanuel Pahud estuvo firmando autógrafos y haciendo fotos con un cuantioso número de asistentes al concierto, en su mayoría jóvenes estudiantes de música que, sin duda, ven en él un referente artístico. Con ello, mostró la faceta más humana del músico, que atendió a todos los fans con gran paciencia y amabilidad.

"Le Tombeau de Couperin", de Maurice Ravel abrió la segunda parte del concierto. Ya solo con la Orquesta de Cámara de París y Douglas Boyd. Éste no es un director de grandes gestos, pero pudo verse ayer que su comunicación con los instrumentistas es efectiva.

"Le Tombeau" fue una obra que se ajustó a la perfección a la sonoridad y el carácter de la orquesta, de la que ofrecieron una interpretación refinada que los asistentes agradecieron.

La Orquesta de Cámara de París tiene un sonido muy personal, que se dejó sentir sobremanera a la hora de interpretar Mozart, principalmente porque sobre este repertorio predomina una concepción más germánica. La "Sinfonía nº 35" fue la obra que cerraba el programa oficial. Quizá lo único reprochable es una falta de violines primeros en algunos pasajes importantes donde el viento metal o los graves predominan en intensidad.

Como propina, ofrecieron por sorpresa la obertura de la ópera "El barbero de Sevilla", muy ágil en lo que al "tempo" se refiere, que fue asismismo muy ovacionada por el público satisfecho.