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Las peleas más reñidas

A principios del siglo XX se concentraban en la capital asturiana las principales galleras de la región, que disfrutaban de gran prestigio en el resto de España

Una pelea de gallos.

En las últimas colaboraciones abordábamos algunas tradiciones o eventos ya desaparecidos en Oviedo, que en su día vivieron momentos de esplendor, como los escenarios portátiles conocidos como "entoldados", las carreras de motos o el recuerdo de los viejos bailes y orquestas enmarcados en tiempos de la posguerra. Hoy vamos a referirnos a un espectáculo que contaba con gran presencia de aficionados en la capital: las peleas de gallos, una lucha entre dos gallos de idéntico género. En Oviedo a principios del siglo XX se concentraban las principales galleras de Asturias sin olvidarnos de Avilés, Grado, Sama, La Felguera, Gijón o Pola de Siero.

Las peleas de gallos-juegos, que así se les denomina en Hispanoamérica, tradicionalmente se ubicaban en escenarios improvisados al aire libre como patios o tendejones anejos a bares, o tabernas a los que se les bautizaba como "galleras" y solían celebrarse en las mañanas de los domingos o festivos

Los orígenes de las peleas de gallos en Oviedo, se sitúan en torno al año 1884. Facundo Valdés "Nachu", es el pionero en fundar los primeros "reñideros", sin olvidarnos de otro gran ovetense: César Ordóñez (padre), al que se debe, a la muerte de Valdés, la continuidad de las peleas en el antiguo picadero en la calle Argüelles. En sus primeros tiempos, ante la carencia de locales, las peleas se celebraban en el Paseo del Bombé. Al arribar a Oviedo el popular "Minguín" y establecerse en el pasaje de Uría-Pelayo, en compañía de Valdés, instalan un modesto picadero orientado a estimular la afición en la capital. Posteriormente se fundaría en el circo de Santa Susana un picadero portátil. Así nacía en Oviedo el circo gallístico más elegante. Con motivo del incendio del citado circo, se trasladó el picadero al Teatro del Fontán. Surgía una gran afición a las peleas y la capital disponía en las primeras décadas del pasado siglo, de picaderos en el Hospicio y en las calles Quintana, Estanco, Dueñas, Paraíso, el Hospital Viejo, la Fábrica de Armas, Fontán, y Cárcel de Porlier. En 1918 en una pista de la calle Rosal presenciaban una pelea los toreros Posada, Belmonte y Joselito, que horas más tarde, torearían en el coso de Buenavista.

Después de la guerra civil y la desaparición de galleras en la ciudad y a falta de espacios cubiertos, se utilizó el Salón Babel en la calle Cervantes como escenario de peleas gallística, compartiendo espacio con combates de boxeo, bailes o concursos de canción asturiana. El "Babel" resultaba insuficiente para albergar a los aficionados que presenciaban las peleas entre las galleras de Oviedo, Avilés, Grado y Sama, con el protagonismo en aquel tiempo de las galleras de Torrejón, Altamira, "La Niña" o "Azcárraga".

Durante casi un siglo, los gallos tuvieron en Oviedo un número elevado de seguidores. Entre ellos estaba lo más granado de la sociedad ovetense, el padre de Pérez de Ayala, Cirilo, era un gran aficionado y las apuestas aunque estaban consideradas ilegales eran habituales. A partir de 1960 se empieza a percibir cierto declive, aunque al año siguiente había un proyecto de fundar la "Sociedad Gallística Ovetense", por iniciativa de un gran aficionado Rodrigo Grossi García "El Nani", integrada entre otros, por Manuel Celorio, José Buylla Acevedo o Santiago Quirós. De la última época -años 60-, recordamos varias galleras como la "Carbayona", "Niña Bonita", "Altamira", "Patallo", "La Ovetense", y en Olloniego la Chelona, trasladada después a Avilés. Un recuerdo también, para mi amigo Ángel Fernández Cabal, en Altamirano, propietario de excelentes gallos, gran aficionado y experto con el que compartí tertulia y partidas de tute.

A partir de los años 70, Oviedo va perdiendo el protagonismo de antaño y Grado y Avilés son la referencia en Asturias conquistando los campeonatos de España en los años 1980 y 1981. El último bastión de los gallos de pelea en Asturias, probablemente haya sido un vecino de Piedras Blancas, José Luis Hernández, gran aficionado y propietario de una treintena de ejemplares que competían en localidades en donde se mantenía la tradición.

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