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La Ería, en la educación está la mezcla

En el colegio ovetense conviven niños de treinta y siete países extranjeros que trabajan a diario en el aula de acogida y que se han convertido en intérpretes de sus padres

La escuela sin fronteras

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La escuela sin fronteras Raquel L. Murias

La mezcla de nacionalidades del Colegio Público de Infantil y Primaria La Ería es algo así como una macedonia, donde el resultado de juntar todos los ingredientes resulta un postre muy dulce. Niños de treinta y siete países que hablan catorce idiomas diferentes conviven en las aulas, y es precisamente en la grandeza de ser niños, donde reside el éxito de su convivencia. Ahí, y en que el centro ha puesto en marcha un Plan de Acogida donde se ofrece acompañamiento curricular a estos pequeños, que en muchas ocasiones presentan algunas dificultades, principalmente en el lenguaje, ya que muchos de sus padres no hablan castellano. Y es entonces cuando estos pequeños se convierten en guías de sus progenitores, lo hacen de forma natural igual que juegan todos mezclados en el patio, porque los niños, a diferencia de los mayores, no huyen de las diferencias, sacan lo mejor de ellas. Manuel González Orviz es maestro de cuarto de Primaria y Coordinador del Programa de Acogida de este colegio. Un programa que es "una medida de atención a la diversidad, vinculado al alumnado de incorporación tardía con la multiculturalidad como eje vertebrador", tal y como explica la directora del centro, Inmaculada Arigita. Zaín Muktar es de Pakistán y de mayor quiere ser enfermero. Le ha picado el gusanillo acompañando a su madre al médico, "ella no entiende el castellano así que le digo lo que dice el médico y cómo tiene que tomarse las pastillas". Los padres de Muktar no entienden el castellano, por eso él se lleva a casa todos los conceptos que aprende en clase. Este miércoles la clase estuvo dirigida a identificar objetos de la cocina. ¿Cómo se llama esto?, pregunta el maestro, y mientras algunos dudan otros explican que creen que es un colador. Para ganar más vocabulario González Orviz les explica que "además hay otra palabra que usamos para nombrar a otro colador que usamos en la cocina: el chino". Y todos se quedan boquiabiertos, aunque Daniela Faga, cubana de 12 años apostilla que "mi madre tiene uno en casa".

Al aula de acogida acuden los alumnos a trabajar no solo el idioma, también los valores y costumbres de su país de acogida. "¿Qué es un frixuelo?", pregunta alguien en voz alta. "Un fruto", dice un dubitativo Diego Alba, natural de Paraguay y que habla guaraní con sus padres en casa. "No, no, un fruto, no; pero si lleva cerdo yo no como", le responde Zaín, que no tiene claro en que consiste el postre asturiano pero que al desvelar su profesor que es una especie de torta hecha de huevo, leche, harina y azúcar ya se está imaginando el manjar. Porque lo que sí que sabe Zaín Muktar, además de que quiere ser enfermero, es que no come "ni cerdo, ni puerco, ni 'gochu' porque todo es lo mismo".

Trabajar en un colegio donde el 23 por ciento de su alumnado es de procedencia extranjera es "un lujo" comenta González Orviz, y es que "el enriquecimiento del idioma es amplísimo, porque lo que queremos es que todos aprendan de todos y trabajamos en las dos direcciones. Cuando hablamos de la Navidad cada uno explica qué representa para ellos, lo mismo hacemos con la gastronomía o las costumbres", asegura. El inventario de la cocina de estos alumnos se lleva para casa un amplio diccionario que muchos desconocían: vaso, tenedor, cristal, vidrio, cuchara?

Pablo Almeida, de Brasil; Zain Muktar, de Pakistán; Diego Albes, de Paraguay; Daniela Faga de Cuba, Lola Fadili, del Sáhara, Zamarit Jhojara, de Colombia y Víctor Gaspar, de Brasil son el grupo que trabajan a diario en el aula de acogida. Son amigos, compañeros, trabajan juntos y se respetan. "Todos somos iguales, aunque seamos de un país diferente. Cuando yo vivía en Cuba mi mejor amiga tenía la piel de un color diferente al mío", concreta Daniela Faga.

El colegio está muy concienciado de la importancia que tienen la educación en valores en el centro y por eso también cuentan con un programa específico de inmersión lingüística para aquellos alumnos que no saben nada de castellano, y a través de las exposiciones pone en relieve la realidad de esos países de donde proceden los niños que juegan en el patio. Y así cada uno comparte su realidad. Diego Albes echa de menos los ñoquis de Paraguay y el buen tiempo, pero está contento en España. Todos lo están, pero también orgullosos de sus raíces que llevan con orgullo. En la entrada del cole da la bienvenida la exposición "Mi país, Rumanía" y una vez se termine habrá otras dos más: "Las migraciones" y "Mi viaje". Un centro escolar que demuestra que "es posible convivir en esta sopa de letras, que es la realidad de la calle", concreta el profesor.

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