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Danzar de Oviedo al mundo

Bailarines de una veintena de países asisten cada semana a las clases que imparte por internet la israelí Dana Raz desde la ciudad

Dana Raz, impartiendo una clase desde la terraza de su edificio en la avenida de Colón de Oviedo. LNE

La bailarina israelí afincada en Oviedo Dana Raz acostumbraba a viajar por el mundo para impartir clases de danza o para participar en todo tipo de acontecimientos relacionados con este arte. Pero el COVID-19 ha limitado inevitablemente sus movimientos. Pocos días antes de que se decretase el estado de alarma tenía una cita en San Petersburgo que decidió cancelar. Se quedó en la ciudad y, con el tiempo, se ha dado cuenta de que acertó al tomar aquella decisión, porque a partir del 13 de marzo los problemas de movilidad han ido en aumento.

Pero Dana Raz no podía renunciar así como así a la danza y a su proyección internacional. Una vez declarada la cuarentena, decidió que prepararía clases de danza contemporánea para impartirlas online desde la terraza de su edificio en la avenida Colón de Oviedo, abriéndolas a bailarines de todo el mundo interesados en conectarse con ella a través de internet.

Desde entonces, todos los sábados acuden puntualmente a la cita sesenta bailarines, conectados desde diversos puntos de España, y de casi una veintena de países extranjeros, entre ellos Reino Unido, Francia, Rusia, Suiza, Suecia, Italia, Noruega, Bélgica, Grecia, Hungría, Sudáfrica, Estados Unidos, India, México, Israel, Kazajistán, Dinamarca, Argentina y Finlandia. Raz imparte magisterio de forma gratuita, porque cree que hay que contribuir con solidaridad. "Por lo menos, yo puedo dar de lo mío; doy la clase gratis porque entiendo la frustración de los bailarines, tanto aficionados como alumnos que quieren ser profesionales. Como profesora o coreógrafa, yo doy respuesta a lo que puedo y ayudo si puedo ayudar", dice.

Los bailarines se inscriben a través de la página de su compañía, Dana Raz Projects, y responden a preguntas concretas. "Es importante tener una relación cercana con los alumnos, con los bailarines; por esa razón limitamos las clases a sesenta participantes, para darle un enfoque más personal", señala. A diferencia de las clases de una sola dirección, en las que el profesor da las lecciones y cada uno ve y escucha el vídeo y se amolda, en estas clases la profesora trata de interactuar y guiar de alguna manera a los alumnos, a los que a su vez ella está viendo en la pantalla.

"Obviamente, no es lo ideal, no es lo mismo que tener al bailarín en el estudio, pero procuro explicar bastante lentamente e intento adaptar las clases al formato de un espacio pequeño y de un suelo que no es el ideal", explica Raz. Además, también afecta el hecho de que no los puede tocar, que es una forma habitual y muy eficaz para dar explicaciones y guiar o corregir posturas.

En cualquier caso, Dana Raz cree que las clases son muy buenas porque los bailarines, por una parte, "pueden mantener la forma física y la técnica" y, por otra, pueden "conectar sus cuerpos y relajar la mente". "Eso permite un momento de felicidad, y se enfocan en otra cosa que no sea el virus", señala.

En la danza, al actuar la mente y el cuerpo juntos, hay un nivel de concentración muy alto y eso genera bienestar y relajación. La bailarina está satisfecha de poder llevar ese bienestar a tantos lugares en el mundo y conectar de una forma que, aunque sea poco ortodoxa, no deja de ser una ayuda en tiempos de confinamiento.

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