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Una conversación de más de veinte años

Jaime Álvarez-Buylla.

En este tiempo en el que las medidas preventivas por la pandemia nos recomendaron todo tipo de distancias, han transcurrido tres meses de aislamiento o, si se prefiere, de "recogimiento" que de forma imprevista me sorprendieron en Figueras (Castropol), donde continúo. El teléfono nos ha permitido hablar de nuestras vidas.

Jaime Álvarez-Buylla Menéndez y yo, ignorando distancias, continuamos una conversación que venimos celebrando hace ya más de veinte años, sin lapsus, ni vacíos, fruto de la más sincera amistad, gratitud, admiración y cariño.

He de confesar, sin reparo, que solamente llegue a conocer el "alma de Oviedo", gracias a las observaciones hechas por él, acerca de las gentes y de la historia de la ciudad.

Como neuropsiquiatra, coincidí con él en el Servicio de Rehabilitación, del que era director y jefe, cuyo Departamento de Psiquiatría fue posible gracias a su intervención personal. Sus conocimientos y su buen hacer trascendieron siempre el estricto ambiente sanitario, dispuesto a facilitar y resolver problemas médicos y humanos y, aún después de su jubilación, superando no pocas dificultades, mantuvo vivo el espíritu que puso en marcha la Rehabilitación en Asturias.

Su entusiasmo por la cultura, el arte, la música, y en especial por la ópera eran contagiosos, animándome a conocer importantes historias y biografías de muchos de los que participaron a lo largo de los años en la Filarmónica, de la que era presidente. Incluso, tuve la fortuna de acompañarle en la presentación de uno de sus libros sobre Lauri Volpi.

A Jaime Álvarez-Buylla, se le deben, si no todas, las más importantes iniciativas ciudadanas que engrandecen el nombre de Asturias y muy especialmente Oviedo. Si la ciudad tuviera vida propia y pudiera por sí misma dar el nombre a sus calles y sus plazas, lo haría, sin necesidad de estériles debates y protocolos.

Como la madre que conoce bien el nombre de sus hijos, Jaime Álvarez-Buylla estaría entre sus brazos.

Quiero expresa mi dolor, mi profundo dolor, a Margarita, su esposa, y a sus hijos, Jaime, Manuel y Belén.

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