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El padre Pérez, sentado, escucha a un vecino, en presencia de dos voluntarias de Padrinos Asturianos, en uno de sus últimos viajes a Colombia.Á. FUENTE

El legado colombiano del padre Pérez

El misionero ovetense recién fallecido puso en marcha hace sesenta años un sistema educativo para los hijos de los trabajadores de la caña que ahora forma a 4.000 jóvenes

Llegó a Colombia como misionero hace poco más de sesenta años para impartir unas charlas formativas en El Cerrito, cerca de Cali. En aquel viaje, el padre José Pérez, fallecido hace tres semanas a los 94 años, quedó prendado por el olor a hierba húmeda, las montañas del Valle del Cauca, el afecto y la humildad de aquellos hombres tiznados de hollín que le recordaban a los mineros de carbón de la Asturias natal que había dejado atrás hacía años. Eran los trabajadores de la finca de Ingenio Providencia, dedicada a la caña de azúcar, a los que acabó dedicando todos sus esfuerzos y para cuyos hijos creó un centro de formación que ahora tiene 4.000 alumnos. El barrio Oviedo, con casitas y huertos para los trabajadores, fue también obra suya. Como el barrio del Carmen, como la organización Padrinos Asturianos, que desde el Principado ayudaba a aquellas familias a sacar adelante a sus hijos. Es el legado colombiano del padre Pérez.

"Los corteros y acarreadores vivían en pequeños barracones en los mismos terrenos de la empresa, rodeados de cañaverales, de manera insalubre y sin más enseres personales que una olla para cocinar y un machete para trabajar". Así contaba el sacerdote, meses antes de su fallecimiento, la que había sido su primera impresión allí. Aquella visión le hizo no volver a hacer la maleta e implicarse por esos obreros del azúcar de rostro amargo que se mostraban incrédulos por que alguien se preocupase por ellos.

El relato del padre Pérez estaba lleno de detalles: "Había desconfianza y cierta hostilidad entre empresa y trabajadores, unos trece mil en aquella época. Estaban incómodos por dos razones: vivían hacinados en casas nada dignas, burdas y miserables. Además, sentían una gran preocupación por el futuro de sus hijos, tampoco tenían escuela. Un día me llegó un tipo enorme que me dijo: 'Mire, padrecito, nosotros hemos nacido esclavos y esclavos moriremos. Nuestra suerte está echada y no hay remedio. Si puede, haga algo por nuestros hijos para que no tengan que correr la misma perra suerte". Fue el detonante. Se quedó 25 años, primero como capellán y, más tarde, como director de relaciones humanas, con el objetivo de mejorar la situación de los trabajadores de las empresas que integraban la empresa Ingenio Providencia y que, en su mayoría, a excepción de directivos y técnicos, eran analfabetos.

El Centro de Formación Integral Providencia surgió hace 56 años, cuando aquel tipo enorme le mostró que el verdadero problema en el Valle del Cauca era la falta de educación. "Me di cuenta de que sería el hombre más feliz del mundo si lograba abrir un centro de formación para sacar adelante a esos hijos", contaba el cura.

En 1961 comenzaron las obras con la cesión por parte de la empresa de los terrenos de ocho hectáreas y el esfuerzo de los trabajadores que iban a ser la mano de obra durante sus fines de semana de descanso. Fue el germen de la mayor obra social del sector azucarero en Colombia en un esfuerzo tan tenaz como voluntarioso.

"Cuando tuvimos el terreno nos pusimos a trabajar con el poco material que conseguimos comprar, el resto lo íbamos sacando de chatarra, de material donado o del que recogíamos de una manera u otra por los terrenos de la finca: los antiguos rieles de los trenes de azúcar son hoy las vigas de los talleres mecánicos". Esas apropiaciones de material le costaron decenas de conflictos con algunos directivos.

Los más viejos del lugar recuerdan bien al cura con sotana y sombrero, conduciendo aquella furgoneta que apodaban Mac Macho y un remolque atado atrás cargado de trabajadores y de material de construcción que iba apañando por ahí. Tampoco olvidan el rostro de orgullo de aquellos corteros cuando se graduaban sus retoños y entraban a trabajar en el ingenio como jefes de sus padres.

Primeros beneficiarios del centro fueron esos hijos de los trabajadores de la azucarera, la mayoría acabaron como técnicos especialistas. Todo un hito social en una sociedad estratificada en niveles sociales. Actualmente, trabajan con más de cuatro mil jóvenes y el sistema de formación ha sido implantado con gran éxito en países como Perú y Ecuador. Fue premiado por el Ministerio de Educación al mejor Centro Regional de Educación Superior en 2008.

"Es un sistema autosuficiente gracias a los frentes productivos que mantienen, como la división de confección donde realizan uniformes laborales para las empresas más importantes de Colombia". El centro también pretende contribuir al desarrollo social y económico de la comarca, en los talleres de corte y confección generan formación y empleo a madres solteras además de brindarles la oportunidad de darles a sus hijos educación básica primaria y secundaria.

El Gobierno colombiano condecoró al padre Pérez en 1982 por este trabajo educativo con la medalla cívica Camilo Torres, aquel cura guerrillero muerto en combate y con el que, curiosamente, mantenía una buena amistad "el sacerdote más culto, sencillo y elegante que conocí, y por el que he llorado mil veces recordando el día que se despidió de mí para irse a la guerrilla del ELN".

Una vez terminada esa obra comenzó a luchar por una vivienda digna para los empleados. Con su terquedad y diplomacia involucró de nuevo a la empresa y a un buen puñado de obreros para construir, en 1967, un barrio para los 72 trabajadores más humildes, el barrio Oviedo, "en honor a mi ciudad del alma". Calles y casas de planta baja situadas justo enfrente del centro formativo. Más adelante construiría el barrio de El Carmen para otras doscientas familias más. "Están edificadas según las exigencias de la Convención de Bruselas de 1927, en la que se decía que la vivienda del trabajador debe estar cerca pero fuera de las empresas y tener un pequeño huerto para desestresarse pero también como una fuente de ingresos".

Hoy, en las calles del barrio Oviedo apenas quedan un puñado de aquellas casas intactas. Esas familias fueron creciendo y con ellas su vivienda. Muchas han doblado la altura y han dividido su huerto para que sus hijos construyeran sus propios hogares. "Casi todos trabajan en el sector azucarero y la gran mayoría como mandos intermedios gracias a sus estudios en el Centro de Formación Integral".

Tras la jubilación regresó a España por un periodo de tiempo y fundó en 1995 la institución Padrinos Asturianos, desde donde presta ayuda a menores en situación de extrema pobreza a los que brinda apoyo social y formativo, implicando para ello a profesionales que trabajan de manera voluntaria.

La educación lo es casi todo. "Y cultivarla es una obligación de los gobiernos y de todos. ¿Qué será mañana de los niños que hay en Colombia con hambre y sin escuela? ¿Van ser agentes de paz o de violencia? Todos podemos ayudar para poder hacer frente al problema de estos desamparados", repetía el misionero. En los últimos años José Pérez quiso retornar a vivir a Cali donde continuó supervisando los programas de formación o visitando a alguno de los más de mil estudiantes de entre los 5 y los 18 años de escasos recursos que su fundación tiene apadrinados. Allí falleció, cumpliendo hasta el final de sus días el mismo ejemplo de vida y obra que dejó escrito en uno de sus poemas:

Yo no quiero morir sin haber hecho

algún favor, alguna cosa buena,

que a la hora de morir llene mi pecho,

me dé valor y muera yo sin pena.

Yo quiero recordar al despedirme

que ante la adversidad fui siempre firme,

que di comida a quien estaba hambriento,

que de beber también le di al sediento,

que enseñé a trabajar y que fui honrado,

que al desvalido dediqué mi vida,

que amé y sufrí, y que también fui amado.

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