La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Adiós a Julio Fernández Díaz, el buen camarero del restaurante La Gruta

Fallece el langreano que fue el primer empleado del establecimiento y origen de una saga familiar dedicada a la hostelería

Julio Fernández Díaz, en unas vacaciones en Valencia de Don Juan.

Algún cliente suspicaz, al verlo siempre sonriente, preguntó a aquel apuesto camarero a qué tanta risa. Y él, con su educación a prueba de bomba, respondió con jovial tranquilidad: “Es que yo soy así, señor”. Y es que era así: siempre amable, siempre impecable, con una bondad sin fisuras, de las que ya no se fabrican. Julio Fernández Díaz falleció ayer a los 90 años de edad sin saber probablemente que merece capítulo propio en la historia de la hostelería asturiana. Julio fue el primer camarero del restaurante La Gruta de Oviedo, el primer empleado con el que los hermanos Cantón abrieron en 1959 un negocio que, al andar de los años, sería uno de los lugares de referencia de los asturianos para comer, cenar y celebrar sus bodas, bautizos y comuniones. Revisen sus álbumes de fotos, seguro que Julio aparece sirviendo en la esquina de algunas de ellas.

Julio Fernández siempre se mantuvo fiel a aquella fabulosa máquina de la felicidad gastronómica que era La Gruta, hoy tristemente cerrada. Era el veterano de la casa. Estaba al frente de la barra de la sidrería de aquel complejo hotelero. Todos, dentro y fuera del negocio, le conocían, le respetaban y le querían. Así es el poder de una sonrisa sincera.

Los miles de clientes que pasaron por La Gruta recordarán aquel camarero de elegantes hechuras, guapo en su juventud y en su vejez, de pelo blanco inmaculado peinado hacia atrás. Siempre recibía a todos con la calidez del que te invita a comer en su propia casa. Y algo de eso había. Pocos días antes de fallecer ayer de manera inesperada –aunque hacía mes y medio le habían diagnosticado una enfermedad incurable– confesaba a su sobrina había tenido una vida feliz y que esa felicidad se la había dado aquel trabajo en La Gruta.

Julio Fernández nació en el pueblo langreano de La Fresnosa y llegó a Oviedo a trabajar como albañil en las obras de la residencia sanitaria Nuestra Señora de Covadonga, que se inauguraría en 1961. Estaba de pensión en el barrio de Buenavista y al término de la jornada laboral pasaba todos los días por el lugar que ahora ocupa el edificio de La Gruta, que está siendo reconvertido en residencia para universitarios. En aquellos tiempos, los hermanos Cantón construían el primer edificio que albergó su negocio. Julio, siempre hablador, siempre sociable, se unió a ellos. Otro de los primeros camareros fue Alfonso García Villar. Allí comenzó una vida laboral siempre vinculada al proyecto hostelero de los Cantón. En los primeros tiempos, Julio incluso se quedaba a dormir en el negocio. Había habitaciones en el primer piso.

El langreano, fallecido ayer en Oviedo, no sólo fue uno de los primeros empleados de la ya legendaria Gruta de los hermanos Cantón, tres empresarios leoneses que supieron entender como nadie cómo les gusta comer y beber a los asturianos. Julio fue también el primero de su familia en trabajar en ese hotel restaurante. Después de él –es decir, gracias a él– encontrarían trabajo en La Gruta otros hermanos, sobrinos y sobrinas, hijos e hijas de sus sobrinos y sobrinas, maridos y esposas de todos ellos, además de parientes varios. Y así hasta superar ampliamente la veintena de empleados de una misma familia que dejó los mejores años de su vida trabajando en La Gruta de sol a sol, convirtiéndola en su casa y creando una cultura imbatible de entrega al trabajo y de atención constante al cliente. Ellos fueron parte sustancial del éxito de aquel negocio. Y todo comenzó con Julio, pura bondad.

Compartir el artículo

stats