Presentado, casi a partes iguales, como admirado poeta y criticado polemista, el catedrático de Literatura Jon Juaristi fue, ayer, en su conferencia sobre la cuestión de la lengua primitiva española con la que la Cátedra Emilio Alarcos regresaba a su actividad presencial en el viejo caserón de San Francisco de la Universidad de Oviedo, casi más cervantista que filólogo.

Entretenido y detallado historiador de la letra pequeña de los escritos protolingüísticos españoles del XVI y XVII, lo que Juaristi hizo fue tejer, con el material de un libro pensado pero no escrito –aclaró al inicio de su intervención–, un divertido y desmitificador análisis del conocidísimo enfrentamiento entre don Quijote y “el Vizcaíno” en clave de identidades nacionales y pureza de sangre ibérica.

Con la presencia del rector, Ignacio Villaverde, muy celebrada por la directora de la cátedra, Josefina Martínez, y en un día tan señalado como el del 99 aniversario del nacimiento del profesor Emilio Alarcos, a Juaristi lo presentaron por dos veces. Martínez, “voluntad de hierro y ánimo inquebrantable” en este regreso a las actividades, como dijo el rector, recordó los paseos nocturnos, entre copa y copa de Alarcos y Michelena, en su introducción. El poeta y profesor José Luis García Martín repasó encuentros y desencuentros con el conferenciante, al que equiparó con Unamuno y del que leyó el poema “En torno al casticismo”.

De vuelta a la cuestión de la primera lengua que se habló en territorio español, Juaristi, después de interpretar con acento vasco e imitación de Pepe Bono el diálogo entre “el Vizcaíno” y don Quijote, respectivamente, dejó, como deja Cervantes a los protagonistas de aquella refriega con las espadas en alto para aproximarse al “Diálogo de la lengua” de Juan de Valdés (1535). Allí el humanista identifica la lengua española más antigua como la “vizcaína” (adjetivo que en esta época se refería a las tres provincias vascas), basándose en que no pasaron las armas romanas a esta zona, de ahí que conservaran su lengua primitiva y su diferencia absoluta con las otras habladas en España. Juaristi aclaró, con sorna, la falsedad de esta idea de “aldea gala”: “el territorio vizcaíno fue tan romanizado como el resto, y cuando me lo discuten digo que si no por los romanos, por los jesuitas”.

Tras un pequeño apunte sobre las similitudes del vasco con otras lenguas románicas como el rumano, Juaristi volvió a la cuestión de la lengua primitiva, esta vez en el historiador Esteban de Garibay, defensor de la tesis del vizcainismo y del origen bíblico de los pobladores de aquellas tierras, descendientes de Tubal, nieto de Noé. Otra tesis contemporánea (1534) planteaba que Tubal pobló España y trajo el caldeo. La síntesis la ofrece la “Gramática” impresa en Lovaina (1559) donde se insistía en que la vizcaína era la lengua más antigua pero que esta tenía por madre a la caldea. El mismo autor también identificaba la segunda más antigua como la arábiga. Funcionaba también en aquella época, contó Juaristi, la leyenda de los vascos descendientes de los judíos indultados por Tito, que al habérseles cortado la lengua habrían empezado a hablar espontáneamente vasco y en cuyo gentilicio, vizcaínos, mostrarían el hecho de ser “dos veces Caín, por haber matado a Abel y luego a Cristo”. Etimologías chuscas al margen, el catedrático sí evidenció el enfrentamiento en la época entre el linaje primitivo vizcaíno, origen puro de España, y la nobleza goticista opuesta. Estas dos posturas llevaron a Garibay a discutir y exigir a Pedro de Alcocer que en sus obras eliminara su tesis de que Guipúzcoa habías sido ganada por el rey Alfonso VIII por fueros de conquista. Juaristi, con datos biográficos, concluyó un muy probable conocimiento y encuentro entre Cervantes y Garibay y sugirió que detrás del episodio del Vizcaíno está la disputa de Garibay con Alcocer sobre los dos tipos de nobleza, “el vizcainismo y el goticismo, protagonizados por un hidalgo bufo y un hidalgo no menos bufo”.

Todavía hubo tiempo para rastrear alusiones a San Ignacio de Loyola en el Quijote y para aportar la teoría de la crónica sarracena de una primitiva España árabe, de forma que la invasión de 711 no fue ninguna conquista, sino una intervención en auxilio de los primeros pobladores, hermanos caldeos suyos, invadidos por el extranjero.