Si de algo adolece el arte contemporáneo es de capacidad para enganchar al gran público. Galeristas y artistas repiten como un mantra que son pocos quienes acuden a las exposiciones o se atreven a entrar en la sala con la manida disculpa de “yo esto no lo entiendo”. Nadie les pide que lo entiendan sino que lo disfruten, que lo vivan. Y eso es lo que ocurre desde ayer en la fábrica de armas de La Vega con la primera Semana Profesional del Arte, que cuenta con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA, que ayer arrancó y que se prolongará hasta el día 14. Al fin los artistas, los galeristas y el público se han encontrado en las mismas coordenadas espaciotemporales. Y eso ya es un éxito de esta iniciativa de la galerista ovetense Marta Fermín acogida por la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo que preside el concejal José Luis Costillas.
La Vega abrió sus puertas a las cinco y media de la tarde convertida en un gigantesco estudio artístico. La propuesta va más allá de una sucesión de exposiciones y el recorrido por las cuatro naves que se han utilizado (Almacenes, Utillaje y Diseño, Cañones y Escuela de Aprendices) es un salto sin red a multitud de disciplinas artísticas.
A las siete de la tarde de ayer, cientos de personas recorrían los distintos espacios y se iban encontrando de todo.
Por seguir un trazado lineal. Tres niñas bailaban a la entrada de la nave Almacén entre los rostros de esa fiesta colorista que compone la obra “Forget me not” de Inés Iglesias. El dúo “San Jerónimo” que se ha encargado de la ambientación musical de la exposición, ofreció ayer una sesión en directo como apertura de la muestra. Música electrónica para realzar el arte.
Tras atravesar una “A” enorme del artista Nacho Loredo, que hace de puerta a la nave Almacén, se abre una gran sala de exposiciones. Ahí está, por ejemplo, la obra de Pablo de Lillo que, al igual que Carlos Coronas, han tenido el gran acierto de incorporar en sus piezas elementos de la propia fábrica de armas. De Lillo utiliza las estanterías, mientras que Coronas ha fabricado una enorme pirámide con cajas de madera del propio almacén de La Vega, cajas en las que se guardaban piezas de “revólver remington”, como se puede leer en una de ellas, o tornillería.
Hay instalaciones, hay cuadros, hay esculturas, fotografía. Preciosismo en pequeñas piezas (Mariana Fano) y enormes elementos de aire (Olga Diego) o de luz (Stefan Yordanov).
La siguiente nave, la de Utillaje, se llena con el universo hinchable de Olga Diego y se detiene en los lienzos de Faustino Ruiz de la Peña, que abren camino hacia la instalación de Inés Álvarez e Israel Sastre, unidos bajo el nombre de “Deciversa”. Una relectura del desnudo en el arte al que conduce una alfombra roja que deposita al espectador en un reclinatorio en medio de un jardín para adorar, como si de un acto religioso se tratase, un desnudo femenino.
La majestuosidad de la nave de Cañones, una joya arquitectónica. Ahí, entre esculturas de Kiko Urrusti, la instalación de Pedro García o la obra de Alba Escayo, tuvo lugar ayer tarde la performance de José López Rubio. En “It´s my party!” un bailarín danza sobre una superficie de confetti que se va difuminando con sus pasos y movimientos. Un cuadrado que se desdibuja bajo sus pies.
Todo esto y mucho más es lo que hay en La Vega convertida hasta el día 14 en una gran factoría cultural en la que por fin el arte contemporáneo y el público se dan la mano.