No hubo fuego sobre los adoquines, ni saltos sobre las llamas; tampoco se arrojaron libros –ni mascarillas– a la fogata; pero hubo espectáculo. La hoguera de San Juan se celebró, aunque fuese en la forma de una proyección sobre la fachada de la iglesia de San Isidoro. Con el covid, hasta la tradición tiene que adaptarse a las cosas del siglo XXI. Donde hubo fuego, ahora hay luces y música. Donde hubo fiesta, solo quedaron unas decenas de vecinos contemplando la imagen de un fuego de artificio en una plaza del Ayuntamiento que esperaba a oscuras el comienzo de la hoguera virtual.
“Lo guapo hubiera sido poder tirar las mascarillas al fuego, como antes, cuando tirábamos los apuntes. Y creo que este año hubiésemos lanzado con mucha más rabia”, comentaba la ovetense Isabel Álvarez, al tiempo que comenzaba la proyección. Pero las medidas sanitarias siguen aún unos días y la mascarilla tuvo que volver a casa.
Los vecinos que paseaban por la zona del Antiguo y algunos otros que acudieron al llamamiento municipal se reunieron en la plaza del Ayuntamiento para asistir al espectáculo más moderno, pero frío, que haya vivido nunca una noche de San Juan. Las llamas se dibujaron en las piedras de San Isidoro y, como apuntaba una asistente, “no calentaban la cara”.
La jornada del solsticio de verano, que estuvo protagonizada por los juegos infantiles y los bailes tradicionales, vivió sus últimos estertores en tres pases para evitar que se juntasen multitudes a la sombra de la iglesia de San Isidoro. Así se recibió el verano. Ese fue el otro coletazo de una pandemia, ya en los últimos peldaños de la desescalada, que el año pasado impidió celebrar la fiesta. En 2020, ni hoguera ni proyecciones. Este año tampoco hubo fogata, al menos legal o reglamentaria, en ningún otro punto de la ciudad. Ni siquiera en La Corredoria, que celebra cada 23 de junio su propia fiesta.
Festejos sigue ensayando la “normalidad”, poco a poco y adaptándose a la “nueva”. Algo teóricamente novedoso, pero que ya empieza a cansar, aunque se disfrute. “Es que la gente tiene ganas de hacer cosas, lo que sea”, razonaba Avelino Suárez frente a la hoguera virtual.
Y, al terminar, hubo aplausos y algún que otro grito de júbilo; no quedaron cenizas, ni humo. Solo un proyector apagándose y un paseo de vuelta hasta casa. Todavía con la mascarilla en la cara.