Los ovetenses siguen fieles al homenaje anual a sus difuntos, aunque con menos ímpetu. El cementerio de El Salvador registró este martes un continuo trajín de personas desde primera hora de la mañana con motivo del Día de Todos los Santos, pero quienes se remangaron para subir hasta Los Arenales coinciden en que la celebración dista mucho de los desplazamientos masivos de antaño. "Por suerte, ya no es lo que era", comenta Isabel Bóveda, convencida de que las visitas del 1 de noviembre al camposanto han caído y a la vez que satisfecha por no sufrir las consecuencias los atascos de otras épocas. "Recuerdo que antes te encontrabas la caravana en San Lázaro", explica esta mujer, miembro de una saga de vendedores ambulantes del Fontán, que acudió por la mañana al camposanto, valiéndose de los servicios especiales del autobús urbano, junto a su marido, Antonio Campos, y su hija Ana Isabel.

Aunque todos coinciden en apreciar un evidente declive de las visitas del 1 de noviembre a Los Arenales, son muchos los que atribuyen esta caída al hecho de que la gente tiene la lección aprendida. "Desde hace unos años, sobre todo desde el covid, muchos vienen de manera escalonada para no encontrarse con tantas aglomeraciones", reflexiona en voz alta Oliva Pereira, vecina de Prado de la Vega, quien este año honró a sus familiares fallecidos en compañía de sus dos hijos, María y Adrián Pérez, y la novia de este último, Melisa Vega.

Otros añaden a las visitas adelantadas, otros factores como el creciente preferencia por las incineraciones. "Cada vez hay más gente que quiere que la quemen y yo me lo estoy pensando", indica Esther Fernández, en plena faena de limpieza junto a su marido, Pedro Prado. Ambos reconocen seguir acudiendo al cementerio por respeto a la memoria de sus progenitores. "A ellos le gustaba esta tradición y por eso la seguimos conservando", coinciden al mismo tiempo que dan esta costumbre por perdida en la próxima generación. "A mi hija no le gusta venir y le animo a que cuando yo esté aquí no lo haga", cuenta Fernández, refiriéndose a lo que considera "un cambio de mentalidad" de los jóvenes. "Por aquí se ven muy poca juventud", puntualiza su esposo.

La tendencia no impide que se dejen ver por El Salvador algunos grupos numerosos. Isabel Álvarez llegó a mediodía al camposanto visiblemente orgullosa por la compañía de sus cinco sobrinos, "algún consorte" y tres sobrinos nietos. "Siempre venimos. Es una costumbre que nos sirve para reunirnos y recordar a quienes tanto hemos querido", relató la veterana de la familia en medio de un ambiente casi festivo. "Igual que nos reunimos a veces para comer, pues hoy toca esto", puntualizaron los sobrinos mientras observaban la tumba de sus abuelos.

Si bien buena parte de los asistentes hicieron los deberes días antes, otros todavía apuraron los minutos para limpiar las lápidas. "Vine el domingo a limpiar y había más gente que hoy, fue un caos", aseguró Remedios Arboleya, mientras otros se subían a las tumbas para colocar ramos de claveles y pasar la escoba. "Otros años veníamos más, pero entre enfermedades y compromisos laborales solo pudimos venir nosotros en representación de toda la familia", explicaba Alberto Fernández, funcionario del Ayuntamiento de Oviedo, mientras adecentaba el lugar de descanso de sus difuntos junto a su mujer, Marta González, y su hijo Marco.

Entretanto, los policías locales encargados de dirigir el tráfico para evitar atascos vivieron un día bastante plácido, "en la misma línea que los años de pandemia", mientras que los vendedores de flores se daban por satisfechos con las ventas. "No nos podemos quejar, fue una semana buena, pues a pesar de los precios la gente no quiere dejar a sus difuntos sin homenaje", subrayó una veterana vendedora, defensora de esta tradición. "Nunca está de más acordarse de ellos", sentencia.