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Del puente de los espías

Sobre una intermediación en la liberación de un preso político en Alemania del Este

Cuando, tal titulaba Pablo Neruda, uno puede exclamar ¡confieso que he vivido!, y las gentes alrededor me consideran por la vida política que llevo ejerciendo, necesito de benéficos estímulos como el personaje James B. Donovan (Tom Hanks), y antes de otras cumbres (el equívoco Newman / Anthony de "La ciudad frente a mí", o el Peck / Atticus Finch de "Matar a un ruiseñor" y, aún el W.Roberts / Charles Laughton de "Testigo de cargo"...) para apreciar en la laberíntica oscuridad de unos cines, a los que, con su menguada oferta urbana, sin más opción que el doblaje, apenas ya se asiste, para recordarme a mí mismo que sigo siendo, o sintiéndome, vocacionalmente un abogado.

Mi magín evoca perfectamente el argumento central de este "Puente de los Espías", donde se procedió al canje entre Abell y Powers, el piloto del U-2. Mucho se habló en la prensa de la época, aunque nada retenía yo de semejante abogado neoyorkino, ni de otros personajes ahora bien traídos. De rebote, con la firme voluntad de Donovan, que no lo conoce, sale libre el tesinando Frederyc Pryer. También está la construcción del Muro de Berlín, que la película no establece en verano como retengo de imágenes de la televisión francesa, que yo solo veía en época estival.

En Junio de 1984, con los alcaldes de Avilés y Gijón, fui recibido en el Ayuntamiento de Cottbus. La noche anterior Amnistía Internacional, sección de Gijón, creo que a través de Mapi Fernández Felgueroso, había contactado con Juan Vega, entonces secretario de la Alcaldía, para darme el nombre de un preso de la cercana cárcel de Brandeburgo / Cottbus, que penaba por el fallido intento de traspasar el telón de acero. Con ese simple dato convertí la reunión protocolaria en tensa reivindicación de libertad para ese preso, al que nunca conocí, pero que para el vicealcalde de aquella ciudad, en plena histeria, "¡podía tratarse de un terrorista!". El revuelo fue enorme, el periodista Francisco Pañeda se hizo eco, también el embajador español en Berlín y Alfonso Guerra, vicepresidente entonces del Gobierno. Manuel Ponga, que sostuvo, a mi lado, aquella incómoda petición a dos calles del presidio comarcal es, desde entonces y para siempre, un amigo y compañero de inextinguible calidad.

Semanas después, el embajador en Madrid de la RDA, Alemania comunista, tan magníficamente reflejada por Spielberg, de visita al Musel, me pidió una discreta entrevista para decirme en mi despacho consistorial: "Su amigo alemán está ya en plena libertad".

Fue uno de los instantes más intensos y gratificantes de mi larga vida política. Hube, no obstante, de disimularlo, como si fuera en el cine.

Recomiendo la peli...y también a Neruda.

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