El talento no siempre se sale con la suya. Contaba Julián Cañedo, torero y escritor, que trabajaba en Madrid en el estudio del escultor Julio Antonio y cuando le miraba de hito en hito, percibía a un gran tipo de raza, el más glorioso y destacado escultor, gloria de nuestra juventud artística.
A Julián el artista le parecía un príncipe gitano, fino y esbelto como un junco con rostro de perfil egipcio. Tenía enormes ojos negros, cabello largo y alborotado, dientes largos blancos como la nieve y la boca también grande y sensual. La voz era opaca y un poco ronca.
Una tarde fueron al café Levante de la calle Arenal de Madrid, donde los famosos Corvino y Balsa deleitaban con la magia musical de su arte. Todo el mundo estaba en silencio. Entonces entró un escritor con la idea de hacerle a Julio Antonio una entrevista. Le dijo que era demasiado joven para ser protagonista de un libro. El escultor le contestó que no era tan joven y que no tenía que darle pena con su vozarrón áspero. "No me hagas nada, no quiero que emborrones mi gloria después de haber escrito una conversación a pepito Arriola", añadió.
Arriola era un gran pianista al que admiraba el doctor ovetense Paulino Prieto Álvarez-Buylla, pediatra de gran prestigio y hombre bondadoso y generoso.
Del café Levante fueron a comer a Casa de Próculo. Julián Cañedo intervino y dijo que allí se comía mejor que en ninguna parte, siempre tan limpio y tan económico. El ilustre torero y escritor afirmó sonriendo que le tenía cariño a esta tasca. Y así, hablando por la calle del Arenal, llegaron al establecimiento que ha de pasar a la historia del movimiento artístico, literario y musical de dos generaciones. La taberna ésta emplazada en el cogollo de Madrid. La trastienda está destinada a comedor y por ella han desfilado todos los personajes de la bohemia artística y literaria. El verdadero mundo de la ilusión, es la bohemia limpia y honesta, luchadores de la vida.
Allí sirven comida casera, sin mixtificaciones de salsas misteriosas. Nos decía Julián que Julio Antonio acudía poco a Próculo porque le parecía que los precios habían subido mucho.
Los contertulios le contestaban: "no tengas la coquetería de la pobreza. Julio, has triunfado plenamente... Eres el mejor escultor de España".
,Julio Antonio lo negaba. "Sin cultivar el retrato o sin influencia en los proyecto oficiales en concursos, no hay nada que hacer".
Le preguntaron por los encargaos particulares. "Podría tenerlos, pero no hago a personas gordas, chatas o a un nuevo rico con todo el dinero del mundo. Mientras pueda vivir no quiero prostituirme. Me encargaron un monumento a Wagner que se iba a emplazar en la Plaza del Oeste, era una sociedad wagneriana de Madrid. Estaba patrocinada por una sociedad del abono del Real y de la Sociedad de Conciertos. Todos se mostraban entusiasmados con mi proyecto, un Wagner gigantesco de 10 metros; alquilé un local, y me puse a trabajar intensamente y cuando tenía modelada la cabeza del genio musical estalla la guerra europea y los patrocinadores se dividen en germanófilos y francófilos y se niegan a contribuir y se ve obligado a abandonar la obra, porque me es imposible seguir pagando el alquiler".
Es una historia triste. A Julián Cañedo le dijo el escultor que vivía sólo por tranquilidad y prudencia. Cañedo respondió: "Eso va en teorías. A muchos artistas el amor los estimula, los centra en la vida, les inspira grandes obras porque al fin y al cabo las mujeres de los artistas se convierten para ellos en sus musas."
El escultor replicó: "Para mí no hay nada más grande que el cante jondo" y daría todas mis obras por cantar bien una seguidilla gitana".
Pidieron la cena y resultó magnífica. Estos hombres sabían disfrutar de la vida, a pesar de los problemas cotidianos que se les presentaban.