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Paraíso capital

Una noche difícil

La complicada pero exitosa combinación entre "Pagliacci" y "Una tragedia florentina"

Escribo recién llegado del Campoamor, vengo de la ópera. Creo que nunca había salido de una función con las sensaciones que hoy me he traído a casa. Ha sido una noche difícil. Pero esa dificultad es la que la ha vuelto interesante.

Para empezar, ha sido mi primer "Pagliacci", algo que llevaba años esperando. "Payasos" no es una ópera convencional. No es muy representada en los grandes teatros con la fluidez que otras porque tiene un problemilla: es extraordinariamente corta. Tiene una duración de unos 80 minutitos, menos que cualquier comedia romántica protagonizada por Hugh Grant.

Se da la paradoja de que siendo tan poco representada es sin embargo una de las más conocidas, o debería decir parcialmente conocida. Porque tiene unas arias maravillosas. Si el mundo de la lírica se midiese en canciones individuales, como el pop, y no como obra conjunta, maestra (y larga) "Pagliacci" estaría en el top.

Es tan popular porque todos los grandes tenores, los que vendían discos me refiero, esos cds que antes compraba todo el mundo por Navidad (y es inevitable pensar en Pavarotti cuando uno se refiere a esto), todos grababan las lágrimas del payaso. Casi nadie la ha visto, pero muchos han escuchado los mejores cachitos.

Resulta que como es tan breve, y eso en el mundo de la lírica se cuantifica, como se demuestra en este caso, cuando se representa se hace dentro de un programa doble. Es decir, que por el precio de una ópera te ves dos pequeñas. A mí me parece de locos, pero es lo que hay. Por norma, la compañera de viaje habitual de esta partitura suele ser "Cavalleria Rusticana", que es una obra que se estrenó con sólo dos años de diferencia y que resultan muy similares estilísticamente. Son como dos hermanas, o como íntimas amigas.

Por el contrario, lo que ha hecho Opera de Oviedo en esta ocasión es acompañar a "Payasos" de "Una tragedia florentina", lo cual es una apuesta de riesgo. Para empezar, y a pesar de su título, es una obra austriaca, cantada en alemán e inspirada por Oscar Wilde. Es densa y su libreto es brillante. Además es mucho más moderna, fue estrenada con casi 30 años de diferencia con respecto a las otras dos, es música del siglo XX, no del XIX. La composición ofrece un sonido mucho más sofisticado y contemporáneo, y por momentos recuerda a las partituras de la época dorada de Hollywood.

Y aquí llegan las dificultades de las que hablaba. Dificultades para la orquesta, que se enfrentaba a dos sonidos tan distintos. Dificultades para el trío protagonista, que afrontaban el reto vocal de interpretar en dos idiomas y dos registros opuestos, lo que supone un esfuerzo imponente. Y dificultades para el público, que se fue al descanso paladeando las mieles del payaso para volver a los rigores de la música germana, en la que no estamos muy rodados, aunque vamos mejorando.

La verdad, había muchas papeletas para que algo saliese mal y la velada se desmoronase como un castillo de naipes. Pero Will Humburg hizo magia con la OSPA, Diego Torre, John Lundgren y la Katzarava se comportaron como tres titanes y el público resultamos más abierto de lo que en ocasiones se insinúa sobre nosotros. No hay que ser un experto para pasarlo bien con lo bueno.

Entre todos sacamos adelante este programa. Es cosa de mérito.

Suerte tenemos, noches como esta se repiten en nuestra ciudad.

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