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Crítica / Música

Seriedad francesa

La Sinfónica del Principado y Javier Molina exhiben músculo en un concierto que evidencia el buen nivel de la orquesta

Superado ya el ecuador de la temporada de abono de la OSPA, la agrupación asturiana hacía frente a un programa de marcado aire francés y a un concierto en el que el solista era el principal de la sección de trompas, el alicantino Javier Molina Parra. A los mandos de la sinfónica, el director americano Andrew Grams, colaborador habitual durante los últimos años con la orquesta del Principado.

Abría el programa "Printemps", de Claude Debussy. Inspirada en la Allegoria della Primavera de Botticelli y lejana, en cuanto a fama, de sus obras más célebres, entronca directamente con su estética impresionista, procurando siempre una armonía desdibujada y melodías difusas de línea sugerente, solventadas por la orquesta sin demasiado apuro.

El "Concierto para trompa nº 1 en mi bemol mayor" de R. Strauss estuvo protagonizado por Javier Molina. El alicantino cuidó la articulación mediante un fraseo notable gracias a un poderoso fiato y evidenció un excelente manejo tanto en la emisión como en el dominio del volumen, dejando pianos bastante expresivos y un segundo movimiento de gran lirismo. Todo ello, unido a la particular sonoridad de la trompa y a una orquesta muy ajustada y contenida sonoramente, dio como resultado una ejecución de buen nivel.

A modo de propina, con Javier visiblemente emocionado y agradecido, y acompañado de sus compañeros de sección y de Rafael Casanova (percusión), ofrecieron una divertida versión del "Oblivion" de A. Piazzola.

Tras el descanso llegó el turno de la "Sinfonía nº 3 en do menor" de C. Saint-Saëns, una obra de gran calado y densidad textural que, sin embargo, supo a poco debido a la sonoridad del órgano del Auditorio que le restó protagonismo y desdibujó, por momentos, la excelente página sinfónica del francés. Aun así, la orquesta hizo gala de una sonoridad bastante plena, con una cuerda homogénea y unos metales que aportaron también cierto color a la interpretación, especialmente en las introducciones de la secuencia gregoriana Dies Irae.

Andrew Grams supo mover con acierto a la orquesta e imprimir, a lo largo de la velada musical, el carácter necesario en cada momento, tanto en los pasajes más tranquilos y cantábiles como en otros más agitados, con dinámicas expresivas y bien trabajadas, y con una dirección nítida que cristalizó en una OSPA ajustada, sólida y compacta.

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