Tal y como había calculado el compadre, robar el madreñogiro de Pinín resultó muy sencillo. El aeropuerto estaba prácticamente vacío, a excepción de unos cuantos viajeros que hacían tiempo en la cafetería.
-Yo creo que a estos los pone aquí el Principado para dar color, en plan decorado, porque vuelos no hay anunciado ninguno- me susurró mi amigo mientras empujábamos la enorme madreña al exterior.
Ponerlo en marcha tampoco fue difícil. El mecanismo es muy sencillo. Una enorme madreña que vuela gracias a una hélice. Esta gira propulsada por un fuelle que funciona a pedales. Así que pedaleamos hasta lograr levantar el vuelo y con más pena que gloria, fuimos guiándonos por la autopista de la "Y" para llegar a Oviedo.
-Voy con la lengua fuera, manín- dije resoplando en pleno esfuerzo.
-Aguanta y pedalea, como cuando subimos a los monumentos del Naranco al final del confinamiento. ¡Mira! ¡Ya se ve la catedral!
-Yo no veo nada, tengo la vista nublada.
-Eso es por la niebla, fato. Pedalea, pedalea, ¡Mira cuánta gente nos saluda!
Efectivamente, en la calle había una multitud de personas que empezaron a vitorear en cuanto vieron aparecer el madreñogiro. Fuimos a aterrizar en la Escandalera, en mitad de la Banda de Gaitas del Centro Asturiano. Pero también habían ido a recibirnos una docena de "haigas", un mariachi cantando "El Rey", unos argentinos bailando tangos, un cubano haciendo mojitos a todo meter y, cómo no, cuatrocientas brasileñas de larguísimas piernas vestidas con trajes de plumas.
Lamentablemente, también estaba la policía.
-Viva San Mateo.- gritaban unos.
-Viva el Día de Ámerica en Asturias- les respondían.
-Viva Pinín, que de Pinón ye sobrín.- gritó el compadre al bajarse, con los puños en alto.
Entonces se nos acercaron los agentes de la ley.
-Tienen ustedes que acompañarnos. No está permitido sobrevolar la ciudad sin motor en la nueva normalidad- dijo el que parecía el jefe.
-Lo comprendo, agente. Pero no podíamos permitir que la ciudad se perdiese esta fiesta. A pesar del virus.
-Pues me parece a mí que vosotros dos vais a comer el bollu mañana en comisaría.
Mientras nos metían en el coche patrulla, mucha gente nos aplaudía. Pero a mi compadre se le resbaló una lágrima de emoción cuando vio que una niña rubia muy guapa le tiraba una serpentina.