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Gonzalo García-Conde

La libertad y la folixa

Los obligados horarios de recogida nocturna y la época que evocan

Me gustan los chistes que están basados en una premisa que no tiene maldita gracia. Mejor cuanto más sencillos. Me ha llegado uno que sirve como introducción al drama que os quiero contar:

“Ese jovencito que le pregunta a su madre antes de salir de fiesta:

–Mamá, ¿A qué hora tengo que volver a casa? Y la buena mujer le contesta:

–A mí qué me cuentas, mira a ver lo que dicen en el BOPA

Miserias de la era vírica. Aun así me ha sacado una sonrisa larga.

Como padre de varios adolescentes, mi realidad se ajusta a la de esa señora. Los horarios de salidas y entradas son un tema de discusión habitual en mi casa. Sin embargo, he tratado de situarme en la piel del chaval.

Durante el confinamiento, imaginé cómo hubiese sido todo eso en mi juventud. Encerrado con mis padres en plena revolución hormonal. Sin internet, sin más teléfono que el del pasillo, con mi progenitor gobernando de manera autoritaria el mando del único televisor. Un infierno.

Ahora, el asunto del toque de queda me ha devuelto a los mismos tiempos. Cuando negociaba con mi madre quince minutos más sobre mi hora de vuelta a casa. Me llevó años conquistar la diferencia entre las diez y media y las once de la noche. Aun así, tenía tiempo de sobra para pillarme una cogorza soberana y, casi siempre, para recuperar la dignidad.

Hacíamos pocos planes aparte de salir a lo loco. Llenábamos la zona de la calle Pérez de Ayala, a la que llamábamos genéricamente La Zumería. También el Rosal y las sesiones vespertinas de La Real y el Whippoorwill. Recientemente han derribado el edificio de esta última discoteca y la imagen de ese solar ha conmocionado a toda mi generación, como un icono de la juventud abatida por el tiempo.

Son los recuerdos de aquella época que me tocó. Volvíamos a casa refunfuñando con ganas de más. Casi en el mismo horario de Cenicienta que nos han impuesto ahora a causa del virus, como si la calabaza se volviese contagiosa y mortal después de medianoche. Antes el riesgo era más sencillo: zapatillazo y bronca.

Hubo otra generación anterior a la mía que nos hablaba de Mayo del 68, de los Beatles y de correr delante de los grises. Presumían de libertades conquistadas, parecía que querían presentar una factura moral por sus batallas. A nosotros todo aquello nos tiraba del pirindolo. No lo considerábamos un extra: la libertad y la paz eran equivalentes a la normalidad.

Ahora hay unos muchachos que han mezclado ambos conceptos. Se manifiestan reclamando la necesidad de salir de fiesta, licencia para trasnochar. Un concepto que parece frívolo y poco trascendente. Por otra parte, sólo reclaman la sociedad que han heredado de nosotros, y la defienden con la pasión de la juventud, sin mucho pensamiento.

La libertad es también priorizar una gilipollez, ya lo decía Ghandi. Aunque con otras palabras, creo recordar. Y esto no va sólo por los jóvenes, que conste. Que tampoco podemos decir que todo esto es culpa de la folixa, ni que entamar una fiesta sea patrimonio exclusivo de cierta edad.

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