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Josefina Velasco

La vida en un suspiro

A menudo queda solo eso, un suspiro, un lamento, un sollozo contenido cuando alguien nos comunica la muerte de un nombre que nos es conocido. A los suyos les queda más la tristeza y el vacío que apenas amortigua como debe el recuerdo de los buenos momentos vividos; reposado el dolor cobrarán el valor debido. Luis Arias Argüelles-Meres era amigo de muchos de mis amigos. Apenas coincidí con él un par de veces, pero le conocía como se conoce al que se lee habitualmente en artículos bien hilados, algo de agradecer por inusual en estos tiempos.

Apoyó el inicio del proyecto editorial colaborativo –de esos en los que uno se mete porque sí– que con el tiempo sería “Alternativas-Más Madera”. Fue generoso en la valoración pública del primer título “O: Anatomías del antiguo” (2017), un conjunto de escritos diversos sobre este Oviedo que tanto atesora a veces sin saberlo. Luego participó en algunos de los libros colectivos de relatos, poemas o reflexiones a varias manos (“De sidras” o “Miedos”) publicados. En “Ars moriendi” (2018), sobre esto inevitable e indeseable de la muerte, describió las “voces trémulas” que acompañaron los últimos momentos de muchos de sus seres queridos y las que lamentó no tener de aquellos a quienes quería. En ese texto abogaba por “buscarle un sentido a la vida desde el individualismo más extremo que nos asegura que somos únicos e irrepetibles y que la vida, si queremos que tenga un mínimo de sentido, es ese vaso vacío al que llenamos con nuestros proyectos y vivencias”.

Quien es capaz de escribir y exponer sus convicciones con fidelidad a sus principios y respeto a los de los otros, en el mundillo de la tontería facilona de hoy, es merecedor de recuerdo respetable y memoria duradera. A quien como Luis Arias Argüelles-Meres trazó con trabajo y honestidad sus ideas sobre lo que sucedía y defendió las propuestas que consideraba mejores se le debe una lectura reposada. Tuvo una bella profesión en la educación y la enseñanza de la lengua y la literatura, armas valiosas para la vida toda, y un gran empeño en la investigación histórica y literaria. El diario “El Comercio”, donde era habitual ahora, estará de luto; y LA NUEVA ESPAÑA, donde también estuvo, compartirá el dolor. A quienes leíamos sus columnas nos entristece perderlas, aunque ahí quedan las que están impresas y recopiladas. Al final sobrevivimos en lo que hemos hecho y en quienes quisimos y nos quisieron. Descanse en paz.

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