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Gonzalo García-Conde

Crítica / Jazz

Gonzalo García-Conde

Crítica músical: Los fetiches de Abe Rábade

El pianista gallego viajó a la intimidad de su último trabajo

Un momento del concierto de Abe Rábade Trío.

Los fetiches de Abe Rábade

Me disculparán ustedes por arrancar este artículo con un estereotipo sobre localismos, pero hay una tendencia generalizada entre los gallegos a reforzar con gestos estéticos muy extravagantes sus actitudes vitales. No es nada que se deba entender como un defecto, sino que hacen raza de sus peculiaridades. En muchas cosas son más naturales que nosotros, los asturianos, que nos cuesta más demostrar cómo somos en nuestro interior.

Abe Rábade, compostelano, hace una cuestión estética del hecho de descalzarse en el escenario antes de comenzar su actuación, dejar las botas discretamente a la izquierda del piano y afrontar el concierto en calcetines. Un símbolo de la comodidad del hogar y de la intimidad.

A partir de ese momento, al dirigirse al público, su tono se vuelve el de un amigo. El de una persona que tiene la intención de agradar. Venía con la ilusión por enseñar aquello de lo que está más orgulloso. Igual que uno enseña su casa, su pueblo, o un coleccionista desenvuelve y muestra sus joyas y sus fetiches.

Contó que era un día especial y por qué: su primer concierto en bastante tiempo y también el primero tras la publicación de su nuevo disco, “Sorte”. Era eso lo que deseaba descubrirnos en la noche del viernes. No una selección de composiciones de su ya larga carrera, de sus catorce discos, salpicada y aliñada con unos cuantos “standards” bien escogidos. Lo que quería era desnudar su nuevo trabajo. Un álbum conceptual, doce temas agrupados en cuatro trípticos, las suertes mística, épica, íntima y lúdica. No quería hablarnos del camino, sino del punto exacto de evolución que había alcanzado su sonido.

Yo ya había tenido la suerte de ver un concierto de Abe cuando actuó en Oviedo hace poco más de diez años. Guardaba el recuerdo de un músico jovencísimo, muy Berklee College of Music, con un fraseo de piano encantador. Me pasé los días anteriores escuchando en bucle su versión de “El día que me quieras”, tema que me hace flotar por la ciudad cuando camino con los cascos puestos.

Pero esa es una de las grandezas del género. En el jazz, no encontrar lo que venías buscando puede convertirse en una agradabilísima sorpresa. El Abe Rábade que se descalzó el viernes para nosotros tiene un sonido mucho más introspectivo, más maduro y sobre todo más profundo. Un punto al que ha llegado gracias al diálogo que mantiene hace años con el contrabajista Pablo Martín Caballero y el baterista Bruno Pedroso. Dos piezas sin las que el discurso de Rábade no alcanzaría ese ambiente tan europeo, tan propio de la costa atlántica, ni esas cotas de dramatismo.

Martín Caballero puede ser el latido de un corazón, el rasgar puntualmente desafinado de arco o la más poética frase de amor, tan larga como sea capaz de sentirla. Pedroso, por su parte, se encarga de mantener el orden, pero cuando Rábade anuncia lluvia, es el único capaz de desencadenar la tormenta.

Completadas las cuatro estaciones de este viaje, el público le pidió algo más a Abe. Fue cuando, por fin, tuvo un recuerdo emocionado para Chick Corea. Con el que tantas cosas le unen y al que todos teníamos presente. Le dedicó una apabullante versión de “Blame it on my youth”, recogió sus botas y se marchó.

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