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Carlos Cuesta

Vitalidad entre libros

Los libros eran su esencia y su vida, esa entrega recibida de su progenitor. Y Conchita, Concha, supo y conoció muy pronto su debilidad laboral y siguió los pasos de su padre, Alfredo Quirós. La librería Cervantes era el santo y seña de lo que significa un negocio librero moderno, de calidad y promoción. Y la presencia de Conchita era toda una garantía para el cliente lector, con orientaciones abiertas y enseñanzas bibliográficas. Su manera de entender el negocio cautivó a mucho público que buscaba el libro ideal para uso personal o para regalo. Acercarse a ese universo librero era disfrutar a fondo de todas las novedades junto con los libros y manuales de temática regional. Había de todo y los buenos lectores encontraron en Conchita a una persona dispuesta y abierta. Junto a ella, los buenos empleados que la apoyaban sin desmayo y abnegación para convertir su librería en la verdadera casa del libro con patente asturiana. Cervantes fue la revolución librera y Conchita su adalid y su empuje con ideas en acción y aportando nuevas sensaciones para que este emporio cultural se convirtiera en un centro de libros extraordinario y esencial en la vida cultural ovetense y asturiana.

Con su muerte se va una persona entera, jovial, alegre, dicharachera, culta, animada, gastronómica y viajera empedernida. En mis tiempos en TVE coincidí muchas veces en encuentros libreros y en comidas afectas con editores y autores de nombradía, y en este tiempo ocioso y atrayente surgía la vena de Conchita como una mujer con mucho carácter, simpática, directa, comercial y con una retranca muy de este septentrión norteño. Era una activista envuelta en libros, conocedora como pocos de la realidad social y política de una región ahogada por momentos difíciles y confusos, pero siempre positiva en sus planteamientos. Una empresaria de los libros que no debería morirse nunca porque personas de su talante son muy necesarias en estos tiempos. Conchita se fue súbitamente a ese paraíso bíblico cuando mejor y más disfrutaba de la vida terrena. Vivió como quiso, amó la existencia, quiso y se dejó querer y lo mejor de todo fue su afabilidad y amor hacia los suyos, hacia su negocio, hacia sus trabajadores... Pero Conchita ante todo fue una mujer auténtica, una persona feliz, una negociante fenicia y una Aspasia griega que amaba la cultura y que cumplió con creces con su quehacer vital. Abrazos solidarios por tu pasión vital y tu entusiasmo librero.

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