Leyendo. La recuerdo leyendo en el despacho que compartíamos (ese pequeño cubil de Foro Abierto al lado de los cómics) y la recuerdo comentándome lo que había leído y desvelándome lo que iba a leer. La recuerdo preguntándome qué libro estaba leyendo yo, qué libro iba a leer y qué cuentos le leía a mi hijo. También la recuerdo riendo y haciéndome reír. Sobre todo cuando le dolía el hombro y decía que lo único que necesitaba era un brazo biónico. La librera biónica, decía. Y yo me reía. O cuando superaba con creces los límites de velocidad con su vehículo recargable y entraba en la librería Cervantes dando tumbos, pero sin perder en ningún momento el control de su scooter. Pasaba entre el mostrador de caja y la mesa de novela negra, calculando al milímetro su posición. Nunca se despeinaba. La librera motorizada, decía. Y yo me reía. Tenía mil ideas por segundo (no se rendía ni debajo del agua) y a todas les ponía el máximo empeño. Lo que desayunaba no lo sé, pero me lo imagino. No es tan complicado. Es un combinado explosivo de literatura, trabajo y sentido del humor. Seguro que es eso.