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Carlos Fernández Llaneza

Incidente en el Campo

La tarde en que la osa “Petra” escapó de su jaula y sembró el pánico

Todos los que hemos crecido entre las calles de este querido Oviedo, a buen seguro que atesoramos numerosos recuerdos vinculados al Campo, espacio natural y esencial. Seguro que poco les cuesta evocar algún suceso relacionado con él que les induzca una leve sonrisa o rescatar imágenes de una infancia feliz y despreocupada. Evocar paseos de la mano segura de nuestros padres. Tal vez instantes de adolescencia desbordada, irreflexiva e ingenua. O días en los que, de repente, casi sin darnos cuenta y sin tener ningún manual bajo el brazo, éramos nosotros los que llevábamos de la mano a unos pequeñajos que miraban con asombro los patos, las palomas, los pavos reales y que, infatigables, nunca querían irse de los columpios.

Pero seguro que entre ese rimero de recuerdos también conservan alguno como para exclamar: ¡uy! Para muestra, dos botones: un domingo, acompañado de mi padre y con un cucurucho de arroz –creo que comprado en la Chucha– me dirijo ufano al palomar. Saco mi arroz para alimentar a las revoltosas palomas y hete aquí que, sin aviso previo, se abalanzan sobre mí como si se tratasen de los pájaros de la homónima película de Hitchcock. No salí corriendo por aquello de intentar mantener un mínimo de dignidad. Otro. Como tantos, era aficionado a compartir parte de los barquillos o de las deliciosas galletas de miel con los cisnes. A veces les vacilaba un poco; te doy, no te doy, cuando un cisne, digamos, un poco mosqueado, me arreó un picotazo que dejó las cosas claras. Lección aprendida.

Recorte de LA NUEVA ESPAÑA que cuenta la salida de la osa de su jaula. | T Oviedo

Pero nada comparado con lo que aconteció el 30 de noviembre de 1964 y que recogía LA NUEVA ESPAÑA. Un curioso episodio protagonizado por la buena de la osa “Petra” y provocado por un pavo “que había tenido la ocurrencia de tentar la gula tan escasamente estimulada al posarse en lo alto de la gruta”. El suceso ocurrió a las siete de la tarde y convirtió a “Petra” “en una fiera corrupia”. La información, firmada por Rubén Suárez, fallecido el pasado mes de junio y a quien recordaba en días pasados en estas páginas Evaristo Arce, detallaba que “Petra” se había encaramado en los barrotes y por un lugar insuficientemente protegido, había salido de la jaula. Proseguía la crónica: “Esa maniobra, como es de suponer, produjo un pánico cerval. Cientos de personas salieron corriendo al grito de “¡se escapó la osa!”. Se cayeron niños al suelo. Hubo lloros y gritos de pavor. La noticia se propagó rápidamente. Primero a otras zonas del Campo –en el Paseo del Bombé una señora corría con la lengua fuera y un pequeño debajo del brazo– y después a toda la ciudad. Hubo quien andaba por la calle pegado a la pared y mirando de reojo los portales. Pero ‘Petra’ volvió a su sitio, porque, como en una película de esas del cine especial para menores, un perro grande y negro y que pertenece a un ‘Niño de la Cruz’, aquel torerillo acogido en la Cruz de los Ángeles, que actuó en la plaza de toros, olfateó el peligro, se disparó hacia la osa y comenzó a ladrar, tarea en la que según nuestras noticias, le secundó admirablemente el perro lobo del aguaducho cercano”. Imaginen las caras de los paseantes. A partir de ahí, tal y como continúa la información, “se sucedieron las versiones y las críticas, bastante justas, por cierto, referidas a las condiciones de seguridad de la jaula”. Afortunadamente, un empleado con un alambre se encaramó a la cueva a solucionar el problema. Parece que la cosa se limitó a que durante unos momentos “quedaron desiertos los alrededores de la jaula de ‘Petra’, batiéndose récords buenos para ir a Tokio. Pero es de esperar que, por si la osa vuelve a tener nostalgia, se tomen con respecto al animal, todas las medidas de seguridad aconsejables”.

Hoy, afortunadamente, no hay osos en el Campo. Tampoco cisnes. Ni prácticamente pavos reales. Espero que vuelvan pronto; eso sí, permanecen, para siempre, parejos a nuestros recuerdos.

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