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Josefina Velasco

Efemérides coincidentes de un 25 de mayo en Asturias

La fiesta del Martes de Campo coincide hoy en fecha con el pronunciamiento de la Junta General en 1808 contra la invasión de las tropas napoleónicas

Todos los años hay un 25 de mayo en el que cae el recuerdo de un lejano 1808, cuando la Junta General centenaria, reconvertida en suprema, soberana y revolucionaria, adoptara una serie de medidas que en su día fueron atrevidas y tiempo después estarían presentes en la primera Constitución española de 1812. La España invadida por las tropas de Napoleón, con actuación poco edificante de rey y príncipe, se aprestó hace más de dos siglos a una guerra larga y cruel de casi seis años que produjo devastación, violencia y muerte. Fue la España «a garrotazos» que con tan certera crueldad retratara Goya. Pero aquella contienda trajo además una revolución interna que dio origen, en un XIX quebrado, a la configuración del Estado liberal.

Conocidos los sucesos del 2 de mayo madrileño, desencadenantes de la guerra contra la invasión de las tropas del corso vencedor de Europa, las provincias aisladas quedaron a su buen hacer y entender. Asturias fue pionera en la rebelión territorial y la organización de una Junta Suprema convirtiendo la Junta General, reunida entonces, como era habitual, en la Sala Capitular de la Catedral, en un organismo diferente que asumió la soberanía, declaró oficialmente la guerra, envió emisarios a otras provincias y solicitó ayuda exterior a Gran Bretaña internacionalizando el conflicto. El núcleo de tan novedosos acuerdos políticos tuvo lugar un 25 de mayo, en reuniones de día y noche, sin descanso, e implicó a personajes que dejaron entonces su impronta local (García del Busto, el marqués de Santa Cruz, Llano Ponte) y otros que trascendieron a nivel nacional (Álvaro Flórez Estrada, el marqués de Camposagrado, el futuro conde de Toreno o De la Vega Infanzón). Fuera de allí, el gran Jovellanos, apenas liberado de su encierro mallorquín, sería clave en la Junta Central que desde septiembre en Aranjuez y después en Sevilla llevaría las riendas de lo que fue el gobierno central de un país invadido y prepararía la convocatoria de Cortes Constituyentes, renunciando el gran asturiano a las llamadas de José I Bonaparte, que lo quería consigo.

Los acontecimientos más significativos y, sobre todo, los debates más interesantes del mayo de 1808 asturiano tuvieron como escenario la capital, pero no se quedaron reducidos a ella. Afectaron a toda Asturias. Recordemos que en la Junta General tenían asiento procuradores de todo el territorio, en particular de las clases pudientes. Por otro lado, la ciudad era sede de la Universidad literaria, de la intelectualidad cuyo protagonismo fue evidente. Allí también estaba la producción de armas y en fin las autoridades civiles, eclesiásticas, judiciales y militares, además de buena parte de la nobleza titulada en sus casonas y palacios urbanos. Y en torno a ellos un buen número de artesanos, obreros y sirvientes; era ya una ciudad que explotó en un motín el día 9 de mayo y llevó en volandas a la Junta hacia la rebelión contra el poder establecido en Madrid con Murat al frente.

Si los debates trascendentes, la soberanía y el papel del pueblo se dieron en la sesión del 25 de mayo, al igual que la planificación de la guerra, la intendencia y el nombramiento de embajadores a Londres, las muestras de acendrado patriotismo ya se habían desencadenado previamente. Días antes un ya más que maduro marqués de Santa Cruz del Marcenado, entusiasmado de ardor patrio, clamaba: «Quédense en su abyección y en su egoísmo los que se resignen a ofrecer sus cuellos a las argollas que les remachará el usurpador; pero yo marcharé solo a encontrar sus legiones en el confín del Pajares con un fusil, cuya bayoneta clavaré en el primero que intente poner en él su planta. Me matarán y pasarán sobre mi cadáver, si no lo hiciesen pedazos; más la posteridad sabrá que hubo un astur leal y bizarro que murió resistiendo solo en la invasión de este noble suelo». Naturalmente no tuvo opción el marqués de protagonizar la película que se montó. Pero ahí quedaba su intención. Incluso alguien que «ni por carrera, ni por posición» era hombre de armas sino de letras, se vio contaminado de la pasión guerrera. Tal fue el caso del juez José María García del Busto, que prefería «arrostrar la muerte antes que la ignominia de la esclavitud» como lo harían sus compatriotas descendientes de «los que hace mil años regeneraron la España desde las asperezas de Covadonga en el más grandioso hecho de armas obtenido por el preclaro y valeroso caudillo don Pelayo». Frases épicas, en contexto propicio. Calenturas del momento, expresiones de un «narcisismo nacional» exacerbado, pero sentido. Y los símbolos alzados: la bandera y la Cruz de la Victoria.

La vida de la Junta, o mejor de las Juntas que se sucedieron en el periodo bélico, fue de todo menos tranquila. Hubo disensiones, desacuerdos, destituciones, inspección ordenada desde la Junta Central y todo lo que es una revolución dentro de una guerra. En los años de contienda Asturias, que no formó parte del primer plan de ocupación, sería invadida en cuatro ocasiones, si bien solo la segunda entre 1810 y 1811 superó el año y obligó a la Junta a refugiarse huyendo de pueblo en pueblo por el suroccidente asturiano hasta llegar a Castropol, donde se organizó la designación de los diputados constituyentes por Asturias, que tan relevantes fueron en la redacción de “La Pepa”.

Los acontecimientos atropellados del “sexenio peleón” (1808-1814) dejaron una Constitución nueva, un proyecto liberal y, acabado todo, el retorno absolutista que provocó el primer éxodo político español doble, pues los afrancesados se exiliaron tras José I y los liberales cuando Fernando VII volvió por sus fueros considerando tan traidores a los unos como a los otros.

Evidentemente no todos los años el 25 de mayo es martes y además fiesta de La Balesquida, Martes de Campo o del Bollu en la capital del Principado de Asturias, pero este año coincide. Así pues, por efecto del calendario, tan cambiante él, se reúnen en un día doña Velasquita Giráldez y los «patriotas» que le plantaron cara a Bonaparte. El Martes de Campo, martes de Pentecostés, es una celebración local anclada en el lejano siglo XIII, cuando la rica dama ovetense favoreció con rentas, hospital y capilla al gremio cofradía de los alfayates o sastres y a «otros vecinos buenos de la ciudad de Oviedo». Ellos se comprometían a ser cristianos de corazón limpio, cumplir obligaciones de apoyo mutuo y comportamiento cívico, tener presente en oraciones a su benefactora y celebrar en esa jornada misa cantada, entregando como almuerzo, «un bollo de media libra de pan de fisga [escanda], torrezno y medio cuartillo de vino de pasado el monte». Mantienen muchos que no hay fiesta más ovetense que esta en la que los parques y calles se llenan de vecinos para degustar con familia y amigos los manjares de siempre.

Aconseja todavía la pandemia, que nos tuvo secuestrados más de un año y aletargó nuestra vida social, no darse a celebraciones multitudinarias aunque el cuerpo nos lo pida. El pasado año, confinados y atemorizados, relegamos ferias, fiestas y excursiones, refugiados cada uno en su caparazón. Toca ir recobrando la normalidad sin poner en peligro lo logrado. Tengamos la fiesta en paz. Y que la Historia nos acompañe.

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