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La columna del lector

¿Quién llora por nosotros?

Vimos con estupor en los medios de comunicación cómo la consejera de Educación, Carmen Suárez, se fundió en lágrimas al recordar el ejemplo que nos había dado el alumnado, con su comportamiento y actitud ejemplar frente a la pandemia. No tenemos nada que objetar a este reconocimiento justo, pero, como docentes, nos hemos sentido una vez más ninguneados por parte de la Consejera, y ya son muchas. El 20 de julio de 2020, en la Junta General del Principado, en relación con la planificación del curso escolar y en medio de incertidumbres varias, nos despreció al decir que las instrucciones eran claras y estaban en correcto castellano, por lo que no deberían generar ninguna duda, salvo que nuestra capacidad de comprensión fuera limitada.

Conviene recordar, justo en este punto, que los centros educativos han sido un espacio seguro contra la propagación del coronavirus gracias a la implicación de todo el profesorado, que trabajó denodadamente y sin tregua con todo el alumnado, en situaciones a veces tensas y complicadas, sin pautas claras y precisas, con órdenes y contraórdenes, sin medidores de CO2, con mascarillas de tela de sábana enviadas por la propia consejera, que los expertos calificaron después como totalmente inadecuadas...

Desde el 1 de setiembre de 2020, el profesorado estuvo en los centros educativos trabajando y planificando el inicio de curso para tenerlo todo dispuesto en la fecha prevista, pero después ese inicio se retrasó y todos pensamos que era debido al gran esfuerzo que estaba haciendo la Consejería de Educación para atender presencialmente al alumnado, dado que la Consejera había anunciado que “Asturias lideraría la presencialidad”, pero no, ese retraso fue debido al caos organizativo y funcional que había dentro de la propia Consejería, con dimisiones de altos cargos y falta total de planificación y previsión, que todos sufrimos y padecimos.

La semipresencialidad supuso un trabajo extraordinario para todo el profesorado, que intentó minimizar los efectos perversos de esa modalidad educativa y atender, sin embargo, lo mejor posible a todo el alumnado, en todo momento y sin excepción alguna. Ante las críticas y exigencias de padres y colectivos contra la semipresencialidad, la Consejera mandó a la Inspección educativa a los centros para presionar y revertir la situación al precio que fuera, y así nacieron ocurrencias como las aulas espejo, que vinieron a sobrecargar más aún al profesorado y a revelar la inutilidad de las medidas propuestas para paliar esa modalidad, que supuso un grave perjuicio para todo el alumnado que la sufrió.

Y, de esta manera, hemos visto cómo han ido empeorando nuestras condiciones de trabajo: se retrasa el final de curso –a pesar de que el día 1 de setiembre estábamos en nuestro puesto de trabajo–, se nos quitan días de descanso, nos conectamos por Teams, atendemos llamadas de padres fuera del horario laboral..., sin recibir jamás ningún reconocimiento ni apoyo por parte de la Consejera, muy al contrario, hemos recibido de ella faltas de respeto y consideración.

Y, sobre todo, hemos sentido soledad y desprecio hacia nuestra profesión, y no estamos dispuesto a tolerarlo un curso más. No queremos que usted, señora consejera, llore por nosotros, solo queremos que respete nuestros derechos y nuestra dignidad profesional.

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