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Gonzalo García-Conde

Paraíso Capital

Gonzalo García-Conde

Mensaje a De Gaulle

Subtítulo opinión 4 col

Es una habilidad conocida y necesaria entre los gobernantes la de salir de una situación engorrosa con una frase de ingenio. Muy especialmente en su faceta más populista. Si no tienen la razón pero saben hacer reír, ya tienen la mitad del camino recorrido. Si encima son héroes nacionales, su leyenda se agiganta y sus ocurrencias se vuelven universales.

Hay una cita muy célebre del estadista y militar francés Charles de Gaulle en la que alude al carácter rebelde de sus compatriotas, que dice más o menos: “¿Cómo esperan que funcione un sistema de partido único (cómo gobernar, según otras versiones) en un país con más de 246 diferentes clases de queso?” Una reflexión interesante y, sin duda, graciosa. Aun tratándose de una frivolidad ante los problemas de difícil solución a los que, en su momento, se enfrentaba el general.

Pocas cosas representan la personalidad de un pueblo como su gastronomía. Fue muy inteligente la estrategia de De Gaulle al apelar a los quesos porque en Francia los brie y los camembert son una cuestión de estado. Tan importantes como la bandera tricolor o La Marsellesa. En realidad, todas las culturas tienen al menos un queso característico y todas sin excepción se enorgullecen de su producto autóctono. Cualquiera está dispuesto a defender su queso patrio más allá de los límites de la razón. Aunque lo aborrezcan.

Por todo esto es una gran noticia la llegada a Oviedo, por fin, del famosísimo International Cheese Festival y la entrega de los World Cheese Awards, o premios a los mejores quesos del mundo. El evento de mayor prestigio planetario en lo que a la leche fermentada se refiere. Una fiesta que reúne, en esta ocasión, ni más ni menos que cuatro mil deliciosas y particularísimas variedades llegadas de los cinco continentes. Tal es su repercusión que, tradicionalmente, estos premios son retransmitidos para todo el mundo y en directo por la cadena de televisión británica BBC. Se puede entender que es el evento más internacional que se ha celebrado jamás en nuestra tierra.

La belleza de estas jornadas, filosóficamente hablando, está en encontrar los puntos en común entre distintas culturas al mismo tiempo que se disfruta de sus diferencias. Porque un queso no es solo un queso. En todas las civilizaciones es una tradición milenaria, todos son diferentes entre sí. Es algo que, en sí mismo, representa una manera de viajar. Paralelismos y diferencias puestas sobre la mesa en pacífico enfrentamiento.

Debo reconocer aquí y ahora que tengo algunos problemillas con este tema. Algo que va más allá de una filia. Me costaría recordar un sólo día de mi vida sin queso. Es más, estoy convencido de que ese día no existe. Y no lo digo para quedar como un gourmet. Aunque valoro una pieza artesanal y sofisticada, los quesitos en porciones de fabricación industrial también me llenan de satisfacción. Soy un adicto, un yonki. De hecho, está demostrado que este producto universal libera una sustancia durante la digestión llamada casomorfina que tiene efectos opioides, de la que sin duda soy víctima cautiva.

Confesada tal miseria de mi carácter, debo volver sobre la famosa frase con la que comenzamos. Señor Charles de Gaulle, le hablo ahora a usted confiando en que seguramente me estará observando desde otra dimensión, quizá desde un cielo especial para grandes estadistas del pasado. Me río en su cara de sus problemas para gobernar un país con 246 tipos de queso. En este pequeño sandwich de tierra entre el mar y la montaña llamado Asturias disfrutamos de 329 variedades distintas. Venga usted a poner orden aquí, si tiene arrestos.

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