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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

La galbana y la fabada

El día más triste del año

Resulta que este lunes pasado, ese 17 de enero que ya dejamos atrás, me levanté con una pesadez espiritual harto molesta, sensación que no me abandonó en todo el día. Mi conciencia estaba nublada por un decaimiento indefinible. No me apetecía cocinar, ni sonreír, ni pasear, ni siquiera conversar. No tenía ganas de leer, ni de mirar la prensa, ni de atender mis redes sociales, ni tomarle el pelo a mis hijos, ni de salir a hacer la compra, que es uno de mis grandes vicios confesables. Me sentía hastiado, alicaído, asqueado, perezoso y gruñón. ¿Les ha pasado algo parecido? Si la respuesta es que sí, deben saber que hay una explicación, por ridícula que parezca. Ese tercer lunes de enero, sea cual sea la fecha en que caiga, está considerado mundialmente como el día más triste del año. Hay incluso un anglicismo que le da nombre, el famoso Blue Monday.

Como hay gente “pa tó”, incluso hay personas que se han tomado la molestia de desarrollar una fórmula surrealista sin ninguna base científica para darle explicación. Se soporta en parámetros tales como el fracaso de los propósitos de año nuevo, la necesidad de un cambio de vida, la crudeza del invierno o la cuesta de enero. No se pueden imaginar la rabia que me dio darme cuenta que mi melancolía estaba coincidiendo con ese desatino. Pero qué mecaguenmimantu es esto, señores. Bien está que haya un Día Internacional del Hambre, de las enfermedades raras, un día de los derechos del colectivo LGTB, de la mujer, de los enamorados, del jazz. Me parece una bonita costumbre esa de dotar a determinadas fechas de un significado que homenajea distintas causas, que las señala aquello que es necesario proteger, recordar o celebrar. Pero, ¿un lunes triste?

Y conste que también me gustan los días especiales estrambóticos, y no solo justificables. Hay mucho que celebrar, una gran diversidad por necesidad solidaria, memoria o simpatía. El 9 de marzo, por ejemplo, se conmemora el día internacional de la tortilla de patata, con o sin cebolla. El 23 de marzo es el día internacional del ascensor, festividad que, lamentablemente, en mi edificio no celebramos, a causa de lo cual, por otra parte, mis glúteos y los de mis vecinos salen notablemente beneficiados. Y para los que se quejan de que haya un día de la mujer y no haya uno igual para el hombre (que haberlos, haylos), señalar que en Japón sí se solemniza un día mundial del pene, 26 de abril. Festividad muy popular allí, con aire de fiesta de prao, muy callejera, visual y con dulces asociados. Evitaré entrar en más detalles, que pueden buscar ustedes mismos en internet si les pica la curiosidad.

Esta costumbre de los días con nombre ya la conocíamos de la tradición cristiana. Se podría decir que es una herencia laica del tradicional santoral, que también incluía algunos patronazgos muy singulares. Cabe mencionar a San Julián, patrón de los homicidas, o San Drogón, que reparte sus oraciones entre los feos y las parteras, aunque es difícil de saber en qué porcentajes ni los criterios estéticos en los que se basa ese apadrinamiento.

Total, que para luchar contra los pesares y los quebrantos me puse a escribir una lista de propósitos para este año, tarea que había ido aplazando desde el año nuevo. Visitar la torre de la Catedral y la cámara Santa; volver al Museo de Bellas Artes; dar caña con lo del mosaico del Paseo de los Álamos antes de que desaparezca; ir a ver un partido del Real Oviedo; visitar el rastro del Fontán al menos una vez al mes. Y con las mismas salí de casa a buscar unes fabes y buen compango porque me di cuenta que tanta galbana tenía más que ver con que no había estrenado el año con una fabada. Ya las tengo a remojo, de este fin de semana no pasa.

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