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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

Las fronteras de SACO

El potencial de un festival asentado en la ciudad

Resulta que han venido los tipos de “Lagartija Nick” a inaugurar SACO 8 y casi dinamitan el Campoamor. Hicieron temblar sus cimientos, las emociones y hasta las raíces del Carbayón. Así es y así debe ser la vida en los grandes teatros y en las ciudades en las que pasan cosas: un día tienes en el escenario a Pepe Bros cantando la “Romanza de la flor roja” de “Los Gavilanes” con toda la dulzura y al siguiente llegas al mismo teatro, engalanado e iluminado, con photocall y banda de jazz de bienvenida y, en medio de tanto glamour y moderneo, te atropella un tranvía eléctrico con un pie en los años noventa y otro en la Generación del 27.

Decía Pablo de María, en una reciente entrevista LA NUEVA ESPAÑA, que las ambiciones de la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACO) pasan por trascender nuestras fronteras y alcanzar relevancia fuera de Asturias. Una aspiración que se antoja legítima para una programación ya bien cimentada en nuestra idea de ciudad. Visto de una manera meramente cuantitativa, aparte del cariño popular que han alcanzado sus famosos cine-conciertos, ocho ediciones son un hito para cualquier propuesta en Vetusta cuyo protagonismo no recaiga directamente en la música clásica.

De María, director de la Semana y también comisario de la programación Radar, que llena de cine y de encanto costumbrista los jueves y los domingos de nuestra ciudad, busca en esta edición los límites más allá de lo que ya está aceptado en SACO. Un festival que no se limita a la exhibición, sino que también invita a la creación y al maridaje artístico.

Inaugurar SACO 8 con el homenaje de “Lagartija Nick” a la Generación del 27 es, en sí mismo, una manera de poner patas arriba los mismos cimientos del festival y la filosofía del concepto cine-concierto. La banda granadina no asumió ese papel lateral y secundario de acompañamiento tan característico en estos eventos. Al contrario, ocuparon el centro del escenario, el volumen y la primera impresión en lo que parecía claramente un concierto hecho y derecho con fondo proyectado. Pero no todo es lo que parece.

“Lagartija Nick” no es una banda con vocación popular. Nunca han elegido el camino más fácil para llegar al público. Al contrario, sus apuestas tienen ese matiz puramente artístico e intelectual que solo tienen los que caminan a la vanguardia. En muchos aspectos se les puede considerar los padres de la música independiente en nuestro país. “Omega”, el disco que grabaron con Enrique Morente sobre Federico García Lorca y Leonard Cohen, derribó a la vez un sonido caduco del rock español ochentero abriéndose a eso que se llamó indie y aniquiló cualquier idea presupuesta sobre el flamenco, sus raíces y sus fusiones.

La propuesta presentada en el Campoamor, de nuevo muy meditada, sofisticada y arty, pone en diálogo la parte lorquiana de “Omega” con la obra poética y cinematográfica de Buñuel y José Val de Omar. No es una película, sino capturas de ese surrealismo cinematográfico que se acompasan a la poesía y a la música. A pesar de esa primera impresión de estar asistiendo a un concierto, entender lo visual como secundario es imposible según avanza la velada. Pronto se descubre un hilo poético y narrativo que late con la base rítmica, que se embarra con el sonido oscuro, no apto para todos los públicos, de “Lagartija Nick”.

Los cuatro perros andaluces se despidieron del Campoamor, ese coso operístico con 130 años de historia, después de escribir uno de los renglones más singulares, conceptuales y ruidosos de su historia ante un público que llegó vestido de gala y salió despeinado, electrizado e impactado. Apuesta de futuro cortesía de SACO 8.

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