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Eva Vallines

Crítica / Teatro

Eva Vallines

Dopaje, ciclismo y revolución

“Tan frágil como un jarrón de cristal y tan duro como el granito”, así definió un periodista a Marco Pantani, la gran tragedia del ciclismo moderno. Un hombre capaz de emocionarse con las consignas revolucionarias del Che Guevara y los ritmos de improvisación endiablada de Charlie Parker. El homenaje del dramaturgo cántabro Isaac Cuende a la épica y controvertida figura del ciclista apodado “El pirata” se basa en la sencillez y el planteamiento minimalista de su puesta en escena, que es precisamente lo que hace que sea tan eficaz. Una bici Bianchi y un banco en un lateral son la única escenografía que arropa este monólogo, que logra la identificación del espectador con el protagonista en su pedaleo incansable durante los 60 minutos que dura la función. Podemos sentirle respirar, jadear, maldecir y venirse arriba a golpe de jazz y soflamas revolucionarias. En el texto se plantean con cierta ingenuidad dos visiones antagónicas del deporte, la romántica e idealizada que defiende Pantani, como espíritu de lucha y superación y la realidad del ciclismo contra la que se revuelve, manejado por unos patrocinadores y mafias de apuestas que acaban destrozando física y anímicamente a estos gigantes con pies de barro.

No es la primera vez que el ciclismo sube a escena. Ernesto Caballero ya lo hizo hace tiempo con “Rezagados”, aunque en aquella ocasión para hablarnos de la otra cara de la moneda, la de los perdedores. “La fuga” no es propiamente un monólogo, sino un diálogo con su mánager, el sujeto omitido de este travelling, que le sirve al autor para acercarnos al universo del líder protagonista en un plano de exposición frontal acompañado de una proyección de carretera en movimiento que consigue un efecto muy veraz de retransmisión en directo, en la que los acordes y desacordes del jazz, unidos al pedaleo, aportan el ritmo y cadencia adecuada al espectáculo.

El trabajo de Juan Antonio Sanz es impresionante, no solo por la preparación física y el esfuerzo descomunal que supone interpretar sin dejar de pedalear durante toda la función, en ocasiones con un ritmo irrefrenable, sino por la logradísima encarnación del mito icónico de Pantani (cabeza afeitada, pañuelo y pendiente pirata) y un parlare italiano de lo más verosímil y resultón. El personaje del mánager al que da vida como voz en off Sandro Cordero, es el perfecto antagonista y Sandro le aporta ese punto chulesco y resabiado, un tanto vacilón, de quien viaja en Porsche y controla hasta las pulsaciones de su pupilo. Frente a él emerge un Pantani enérgico y pasional, con mucha testosterona, enardecido por las consignas del Che, que toca una partitura de jazz con el pedaleo de su bicicleta y se viene arriba con el “Bella Ciao” partisano para escalar las cumbres. Le sigue un pelotón que es amenaza constante y con el fantasma del yanqui siempre acosándole. Culmina la etapa del Tour de Francia con la entrada triunfal en un París enardecido, que quizá podría haber sido más apoteósica.

La sabia y eficaz dirección de Rita Cofiño consigue generar un clima que sostiene nuestra atención de principio a fin. Las imágenes de animación obra de Álvaro de la Hoz, hábilmente combinadas con las de sus ídolos por Pancho V. Saro, resultan determinantes para conseguir un espectáculo emocionante que invita a la reflexión.

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