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Emilio Cepeda

Gris tirando a negro

Nostalgia tras la pandemia

Durante los días pasados en el encierro domiciliario, léase pandemia, había llegado al convencimiento de la necesidad de efectuar un cambio radical en afrontar el día a día. Desde entonces han pasado dos años y aquel propósito camina por derroteros de incertidumbre: instalado en un insoportable tedio, en absoluta monotonía y desgana, sumido en obsesiva nostalgia. Además, y por si fuera poco, del vértigo que supone un baldío paso del tiempo.

Mi "nueva normalidad" consiste en volver a lugares que me retrotraen, bastantes lustros atrás, a mis años de juventud. En la zona alta de la ciudad. Al otrora barrio de Salamanca ovetense: ambiente y buena vida. Como queriendo fijar para siempre en mi mente, aquellas vivencias que jamás volverán. Allí tomé mis primeras copas y asistí a mis primeros guateques. Melancólico asunto. Aunque aquello ya no es lo que era sigue siendo lugar preferido donde reunirse la estupidez.

Recuerdo haber asistido a guateques dominicales en pisos, sótanos, buhardillas, garajes… y sitios inverosímiles: como una sala de despiece de carne, entre canales de cerdo y costillares vacunos colgando del techo, que daban un toque siniestro que imponía; propio de una película de Tarantino. Eran como un principio de intenciones: había que ser muy hábil para conseguir separar la paja del grano.

Algún tiempo después, en la antigua sede del Ágora [foto-cine club], en la calle Santa Susana, se daban guateques para gente más avezada, de pago para los caballeros, donde se acudía con corbata; allí se iba a pillar. Coincidí allí con bastantes "guapos de sesión", pijillos que controlaban el corral y mareaban la gallina sin comerse un rosco, ni dejar a otros. En aquel ambiente tuve sus más con cierto personajete. Ciento setenta centímetros de estatura saturada de patológico deseo de llamar la atención [complejo de Eróstrato], chulesco, presuntuoso y gilipollas. Me caía como una patada en la zona sacra. Sabido es que tanto la antipatía como la simpatía tienen correlación recíproca. Continué tropezando con él durante años y como de costumbre intentando marcar territorio.

En cierta ocasión, Leo, conocido y bien informado limpiabotas de la zona, me hizo la confidencia de que aquel tipo solía ser conocido como "Careto". Al parecer, tenía por costumbre marchar sin pagar las consumiciones y fama de dar sablazos a los conocidos; al tiempo que ponía en mi conocimiento: "En varias ocasiones me preguntó por la chica que suele venir contigo”. "¿Qué quería saber?", pregunté. “Si tiene ‘bicho’", dijo. "¿Cómo?". "Bueno, que si tiene novio", aclaró Leo.

Llegados aquí, quiero aclarar que el sujeto en cuestión era el hijo primogénito de una familia de comerciantes, firma muy conocida en la ciudad y venidos a menos. Por consiguiente y como suele ser habitual por mi parte omito dar más detalles, ya que no parece conveniente molestar a nadie, aunque puede que algún que otro sagaz lector pueda llegar a certeras conclusiones. Pasado un tiempo supe por conocidos que "Careto” ya no se encontraba viviendo en Oviedo. El bucle melancólico en el que me debato acabó por llevarme al psicólogo. Dos días por semana camino de mi sesión terapéutica, suelo cruzar el Campo de San Francisco en hora vespertina y la visión que ofrece resulta desoladora. ¡¡Hagan algo!!

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