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Carlos Fernández Llaneza

Historia, leyendas, geología y geólogos

El pasado de la ciudad, a través de su subsuelo

Historia y leyenda. Así se titulaba uno de mis libros escolares favoritos. Un compendio de relatos de “fondo histórico y patriótico” que don Félix, mi profesor de 3º de EGB en San Pedro de los Arcos, utilizaba para habituarnos a leer en voz alta, para dictados y con el fin de fomentar nuestro interés por la lectura y la historia. Y ahora les cuento a qué viene esto. La semana pasada les hablé de las canteras, tejera, cuevas y areneros de la Ería. Un espacio que nos narra una parte de historia de la industria local de la cerámica, con Faro a la cabeza, y San Claudio por partida doble. No falta algo de leyenda. Se dice que en las cuevas de la Ería se había escondido en tiempos remotos un valioso tesoro y que estaban conectadas por galerías subterráneas con el Boquerón de Brañes y con el hospital. Hasta donde yo sé, ni tesoro, ni conexión alguna. Asimismo, se decía que allí se habían refugiado durante tiempo varias personas durante la guerra civil; de ser cierto, no encontré forma de corroborarlo. Constan varias fotos que, testigos mudos, nos cuentan cómo fueron aquellos areneros. Por otra parte hay toda una ciudad que está a la vista. Que ha perdurado a lo largo del tiempo. Desde nuestro inigualable prerrománico, pasando por el gótico o el barroco hasta un rico patrimonio industrial. El siglo XX, con aciertos y muchos errores, definió la ciudad de nuestros días. Pero hay otro Oviedo que no se ve. El que está bajo el suelo que pisamos a diario. De él hemos extraído la materia prima necesaria para la construcción y la siderurgia y, aunque los más jóvenes no sabrán de qué les hablo, arena para fregar las cocinas de carbón. Volvamos al arenero de la Ería. Era conocido como “La casería del Fraile” y se encontraba en la actual ubicación del Carlos Tartiere. No era el único. Los principales estaban en San Claudio-Piedramuelle, Olivares-La Argañosa, El Cristo-Ayones, Vega-Latores, La Manjoya y San Esteban de las Cruces-Colloto. No solemos prestar mucha atención a lo que tenemos bajo los pies. Pero vaya si es importante. No sólo fue y es necesaria la piedra para construir la ciudad pasada y presente. Es ineludible, asimismo, conocer nuestra geología antes de acometer cualquier obra. En la memoria de todos está el desalojo y derribo, en 1998, de viviendas en la calle Río Orlé de Ventanielles, vinculado a la construcción de un aparcamiento. Temo que, de llevarse a cabo –espero que no– la malhadada ronda norte pueda alterar la estabilidad de zonas como Toleo que, en 2013, dio un buen susto a los vecinos. Podrían verse afectados, asimismo, numerosos acuíferos.

Por eso es imprescindible contar con estudios geológicos rigurosos. Y, claro, hacerles caso. Muchos de ellos se deben a Manuel Gutiérrez Claverol, doctor en Geología por la Universidad de Oviedo, en la que ejerció la docencia durante 46 años. De entre su fecunda producción editorial frecuento la consulta a “Geología de Oviedo”, un trabajo esencial realizado junto con Miguel Torres Alonso, datado en 1995. Otro de los libros que guardo como oro en paño en mi modesta biblioteca de temática ovetense es “Canteras históricas de Oviedo”, publicado en 2012 junto a Carlos Luque Cabal y Luis Alberto Pando González; obra completa y valiosa que nos permite conocer la génesis pétrea de nuestro patrimonio artístico.

Además de sus publicaciones en revistas científicas, la actual labor divulgativa de Manuel Gutiérrez Claverol a través de estas páginas de LA NUEVA ESPAÑA logra hacernos asequibles saberes de complejidad técnica que nos ayudan a conocer con mayor profundidad (nunca mejor dicho) nuestra amada ciudad.

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