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Javier Cuervo

San Mateo de pie

Sobre la última edición de las fiestas ovetenses

En la primera semana de San Mateo 2022 aprendimos cómo no se hacen unas fiestas. No se hacen con un horario de club social de 1955. De todo lo que regresa de los años 50 (las procesiones, el marianismo, el militarismo, el banderolismo, el localismo tontorolo, el frío en invierno y el fin de mes a mediados) lo que ha encontrado más rechazo es que las fiestas capitalinas terminen a la una y media de la mañana cuando las verbenas de cualquier pueblo ven amanecer. Ni los hosteleros a los que se han entregado calles y plazas para su explotación comercial han estado más contentos que los festeros mateínos.

A lo mejor están bien la alternativa de dispersión de las fiestas y el alejamiento de los conciertos de las casetas, feas e incómodas, pero funcionales para hidratar y nutrir y que las noches sean menos estruendosas sin la bélica decibélica antivecinal, pero para reconocer una folixa nocturna hacen falta dos cosas: que huela a grasa caliente y que haya gente de pie. De la grasa, paso.

Lo que se vio en la semana triste, bajo el paraguas de luces, fue a festeros cercados en las plazas y en el Campo y sentados, no echados a la calle. O todos sentados o marcha. Las mesas, bien lo supo Arturo, acaban siendo redondas por la circularidad del cuadrado. La fiesta sedentaria es familiar y diurna, pero las juergas de noche o son de pie o van de culo.

A mitad de la semana triste, la excepción en el Oviedo mateín que delimitaron los chiringuitos, era el "Jamón, Jamón", sin terraza, con su parroquia de segunda convocatoria en pie, copa en mano, charla en boca, sucesiva, circulante, cinética, divirtiéndose en plano secuencia, frente a la mesa del teatro burgués, con reparto limitado, unidad de tiempo y de espacio. Barra sin barra frente a mesa con sillas, vertical frente a horizontal, rápido frente a lento, cerrado frente a abierto.

En la semana triste cuando alguien decía "otra ronda" no era para pedir nuevas consumiciones, sino para señalar que volvía el coche patrulla, la policía sentada de Autosa. Cuando avisaron de que habría la Policía Nacional a caballo, parecía que el carrusel con caballitos y cochecitos se convertía en realidad. Cuando en la desambientada plaza del Sol del mismo viernes de apertura media docena de policías llevaban a sus coches patrulla las bolsas de la compra de chavales de botellón como si fueran incautaciones de cocaína colombiana se confirmaba que estas fiestas estaban más pensadas para que ganara dinero la hostelería que para que lo pasaran bien los más jóvenes. Euro, 1; tolerancia, cero.

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