El bollo de pascua de Avilés es centenario. Su origen se remonta a las primeras travesías oceánicas, allá por el siglo XVII. Por aquel entonces, los marinos solían llevar entre sus provisiones una suerte de pan dulce que no se enmohecía hecho a base de harina de maíz, manteca, huevo y azúcar. Esta receta, de la que también derivan las tradicionales marañuelas de Luanco y Candás, fue refinada por confiteros locales y se convirtió tiempo después en protagonista de las fiestas de El Bollo, que datan de 1893. Según manda la tradición, los padrinos deben regalárselo a sus ahijados en estas fechas.

Como sucede con todo, y más con los asuntos de cocina, para elaborar el bollo mantecado avilesino cada maestrillo tiene su librillo. Los ingredientes más habituales son huevos, azúcar, harina y manteca –o mantequilla, si se busca un sabor más suave–. Todos en la misma proporción. Dicen los que saben que para hacer un bollo de tres pisos con los moldes tradicionales hacen falta, al menos, 800 gramos.

Detalle de uno de los típicos bollos mantecados de Avilés. | J. R.

Detalle de uno de los típicos bollos mantecados de Avilés. | J. R.

Una de las claves de la elaboración, según los expertos, está en batir muy bien todos los ingredientes: esto es fundamental para introducir aire en la masa y que gane en tamaño y esponjosidad, ya que esta receta no lleva levadura.

La elaboración resultante ha de verterse en los moldes –fundamental con forma de estrella de cuatro puntas, como manda la tradición–, previamente engrasados con mantequilla. Se introducen en el horno a 180 grados durante algo más de una hora, hasta que al pincharlos el palillo salga limpio.

Diez minutos después, cuando hayan enfriado un poco, se desmolda y se vierte sobre ellos el glaseado, que se hace con azúcar glasé, agua y un poco de zumo de limón. Se aconseja decorar con bombones, gominolas, plumas o figuritas para dar más colorido al bollo de Avilés.